Al cumplir los veintidós años, la joven Ricarda, hija del conde de Alsacia, fue dada en matrimonio a Carlos el Gordo, hijo del rey Luis el Germano. Diecinueve años después, en 881, los esposos se trasladaron a Roma para que el papa Juan VIII los coronase como emperador y emperatriz del Sacro Romano Imperio. Hasta entonces, la pareja había vivido en armonía, pero unos pocos años más tarde, el emperador Carlos, ya fuese por fundadas sospechas o por realizar algún propósito inconfesado, acusó a su esposa de infidelidad y señaló, como cómplice del adulterio a su canciller, Liutwardo, que era obispo de Vercelli y un hombre grandemente estimado, tanto por sus habilidades como por sus virtudes. Los supuestos culpables, Ricarda y Liutwardo, comparecieron ante la asamblea de la corte imperial para desmentir solemnemente las acusaciones; el obispo quedó exonerado por un juramento, y Ricarda apeló al juicio de Dios y pidió someterse a la prueba del fuego o, en su defecto, a la prueba de la batalla. La prueba del fuego fue aceptada, y la emperatriz, descalza y vestida con una túnica de material ligero, fácilmente inflamable, caminó sobre un lecho de brasas sin recibir daño alguno.
A pesar de todo, Liutwardo fue despojado de su puesto de canciller y, como no se consideraba conveniente que Ricarda y su esposo continuasen su vida en común después de la pública exhibición de sus desavenencias conyugales, se la autorizó a separarse de Carlos el Gordo. Durante algún tiempo, se refugió en el convento de monjas de Hohenburg y, de ahí, pasó a la abadía de Andlau, que ella misma había fundado. Ahí vivió en paz hasta su muerte, ocurrida más o menos hacia el año de 895. Durante su existencia en el convento, participó en las actividades y ejercicios de piedad de las monjas, intercedió en favor suyo ante la Santa Sede, se preocupó siempre por los pobres, y escribió versos. En el año de 1049, cuando el Papa León IX se detuvo en Andlau en su viaje a Mainz para asistir a un concilio, mandó que los restos de Ricarda fueran exhumados y colocados en un santuario para exponerlos a la veneración de los fieles. El culto se ha mantenido, y hasta hoy se celebra la fiesta de santa Ricarda en la diócesis de Estrasburgo.
No hay ninguna biografía propiamente dicha sobre santa Ricarda, pero las lecciones del breviario, panegíricos y homilías reunidos en Acta Sanctorum, sept. vol. V, proporcionan buenos datos. Véase también el Allgemeine Deutsche Biographie, vol. XXVIII, pp. 420 y ss. y la Sainte Richarde de M. Corbet (1948).