Mornese es un pueblecito montañés del sur del Piamonte, cerca de la frontera con Liguria y no lejos de Genova. Ahí vivía, en la primera mitad del siglo XIX, un campesino honrado, testarudo y enérgico, llamado José Mazzarello, con su esposa Magdalena Calcagno. En 1837, nació su hija primogénita, a la que bautizaron con el nombre de María Dominga. Seis años más tarde, la familia se trasladó a "Villa Valponasca", en las afueras de Mornese. Ahí fue donde María se transformó en una chiquilla sana y robusta que correteaba incansablemente por los campos y viñedos. El camino de Valponasca a la iglesia de Mornese era largo y difícil, aun cortando por los atajos; a pesar de ello, María asistía diariamente a la misa, en cuanto le era posible. El párroco, Don Pestarino, instituyó una congregación mariana, y María fue una de las cinco congregantes fundadoras. El ejemplo de la joven, que era muy popular por su bondad, modestia y simpatía, atrajo a la congregación a otras de sus compañeras. Don Pestarino había fundado la congregación de las Hijas de María Inmaculada, a raíz de una conversación con Don Bosco en Turín. Tal fue el primer contacto indirecto de María Mazzarello con San Juan Bosco. Esto ocurrió en 1855, cuando María tenía diecisiete años.
Cinco años más tarde, una violenta epidemia de tifoidea que se desató en Mornese, puso a prueba la virtud de las congregantes. María fue a cuidar, durante la enfermedad, a su tío y su familia, venció toda repugnancia natural y desempeñó la tarea con el celo de «una Hermana de la Caridad»; contrajo la enfermedad que la puso a las puertas de la muerte. Durante su larga convalescencia, María comprendió que en adelante no tendría fuerzas suficientes para trabajar en el campo, como antes, y aprendió a confeccionar vestidos, junto con una amiga suya llamada Petronila. Entre las dos abrieron un pequeño comercio en el pueblo; el éxito fue tan grande, que pronto empezaron a tomar algunas aprendices entre las jóvenes de Mornese. De ese modo, casi accidentalmente, aquellas dos campesinitas iniciaron con las niñas, en un pueblecito perdido de la montaña, una obra semejante a la de Don Bosco con los niños, adaptada a su espíritu y sus métodos. Frecuentemente decían a las aprendices: «Reíd, jugad y haced toda la alharaca que queráis; pero guardaos de hacer o decir nada que desagrade a Dios». Un atardecer de agosto de 1865, Don Bosco fue de excursión a Mornese con sus chicos. Las Hijas de María Inmaculada recibieron de rodillas su bendición y María exclamó: «¡Don Bosco es un santo!»
Para seguir los consejos del santo, Don Pestarino ofreció un edificio para una escuela de niños en Mornese. Por otra parte, Don Bosco había confiado ya al Papa Pío IX su proyecto de crear una congregación de religiosas que trabajase con las niñas, como los Salesianos lo hacían con los niños y, el obispo de Acqui, Mons. Sciandra, tenía sus razones para no querer que hubiese un colegio de niños en Mornese. Así pues, el 29 de mayo de 1872, el pueblo de Mornese se encontró con la noticia de que una nueva congregación de religiosas se había establecido en el edificio que Don Pestarino regaló para el colegio. El núcleo de la congregación estaba formado por las Hijas de María Inmaculada. María Mazzarello, que aún no cumplía los treinta y cinco años, era la superiora. El convento se levantaba, por lo demás, exactamente en el sitio en que, años antes, María había tenido la visión de un colegio de niñas atendido por religiosas. Tales fueron los comienzos de la Congregación de las Hijas de Nuestra Señora Auxilio de los Cristianos, a las que algunas veces se llama «Hermanas Salesianas».
Los primeros tiempos no fueron fáciles. Los habitantes del pueblo se molestaron de que la idea del colegio no se hubiese realizado y que las «usurpadoras» fuesen precisamente las antiguas congregantes. Según contaba san Juan Bosco, las religiosas tuvieron que sufrir las burlas y el desprecio de sus propios parientes. Dos meses más tarde, Don Bosco acompañó al obispo a visitar el nuevo convento. María, Petronila y otras nueve religiosas, hicieron entonces los votos trienales, y Don Bosco predicó en esa ocasión. El santo, un educador y un gran hombre en muchos sentidos, fue quien escogió por superiora de la nueva congregación a aquella rústica costurera que apenas sabía escribir. El árbol se conoce por sus frutos. En 1878, seis de las religiosas de Mornese partieron en la segunda misión salesiana a la Argentina y, al año siguiente, el convento de Mornese era ya demasiado pequeño. La madre María tuvo, pues, que trasladarse con lágrimas en los ojos, a la nueva casa madre, situada en Nizza Monferrato, en un antiguo convento capuchino.
Durante la vida de santa María Mazzarello, se inauguraron otros trece conventos en Italia y Francia (sesenta años después había ya más de 800, en todo el mundo), en todos los cuales reinaban el espíritu y los métodos de san Francisco de Sales y san Juan Bosco. El trabajo principal de las religiosas consistía en la enseñanza; pero poco a poco emprendieron toda clase de obras en bien de la juventud. La bondad y la sencillez son las características fundamentales de sus métodos; en vez de reprimir, alientan y guían a las niñas, y el ejemplo de Cristo sustituye, con ventaja, a la vara. La actividad continua exige firmeza y sencillez de carácter para no degenerar en «activismo» ni adulterar la plenitud de la vida cristiana. Sin duda que la educación sencilla y enérgica que recibió María Mazzarello en su infancia, le ayudó inmensamente durante sus años de superiorato. Ella atribuía humildemente a Dios todos sus éxitos. Pero Dios ha querido depender, en cierta medida, de la calidad de los instrumentos que Él elige y sostiene con su gracia.
A principios de 1881, la madre María acompañó a Marsella a un grupo de sus hijas que iban a partir para Sudamérica. El viaje desde Genova fue muy fatigoso y la santa enfermó en el miserable alojamiento que encontraron en Marsella. Para obedecer al consejo de Don Bosco, la madre María se trasladó a un convento de su congregación, situado entre Marsella y Toulon, donde pasó seis semanas en la cama, gravemente enferma. Al fin pudo volver a Nizza Monferrato. Pero antes de partir para allá, preguntó a Don Bosco si creía que fuese a recobrar la salud. El santo le respondió con una parábola, cuyo sentido indicaba que una verdadera superiora debía preceder a sus hijas aun en la muerte. María dio la mano a Don Bosco sin decir una sola palabra. El 27 de abril, recibió la extremaunción y comentó alegremente con el sacerdote que la había ungido: «Ahora que ya tengo el pasaporte para el cielo, puedo morir tranquila en cualquier momento». Sin embargo, Dios permitió que sufriese una horrible tentación de desesperación pocos días antes de su muerte. La santa logró vencerla con gran esfuerzo y, al fin, entonó el himno: «Chi ama Maria contento sará» (quien ama a María será feliz). A los pocos días, el 14 de mayo de 1881, la madre María entregó su alma a Dios, a los cuarenta y cuatro años de edad. Fue canonizada en 1951. Su cuerpo descansa junto al de Don Bosco, en Turín.
La biografía escrita por H. L. Hughes (1933) es en gran parte una reconstrucción de la época de la santa, pero tiene detalles biográficos muy interesantes. El folleto del P. J. B. Calvi añade algunos hechos. Ver las numerosas biografías de Don Bosco. Don Fernando Maccono escribió la biografía oficial, titulada Santa Maria Mazzarello. Existe, además, un estudio muy extenso de Don Eugenio Ceria.