Después del martirio de sus hermanas mayores, Ágape y Quionia, Irene -que ya había respondido unos días antes junto con otros compañeros de martirio- compareció de nuevo ante el gobernador, quien le dijo: «Ahora se ha descubierto vuestra superchería; cuando te mostramos los libros, pergaminos y escritos referentes a la impía religión cristiana, tuviste que reconocer que eran tuyos, aunque antes habías negado los hechos. Sin embargo, a pesar de tus crímenes, estoy dispuesto a perdonarte, con tal de que adores a los dioses... ¿Estás dispuesta a hacerlo?» «No -replicó Irene-, pues con ello correría peligro de caer en el infierno». «¿Quién te aconsejó que ocultaras esos libros y escritos tanto tiempo?» «Nadie me lo aconsejó fuera de Dios, pues ni siquiera lo dijimos a nuestros criados para que no nos denunciaran». «¿Dónde os escondísteis el año pasado, cuando se publicó el edicto imperial?» «Donde Dios quiso: en la montaña» «¿Con quién vivíais? «Al aire libre, a veces en un sitio, a veces en otro» «¿Quién os alimentaba?» «Dios, que alimenta a todos los seres vivientes» «¿Vuestro padres estaba al corriente?» «No, ni siquiera lo sospechaban». «¿Quién de vuestros vecinos estaba al tanto?» «Manda preguntar a los vecinos». «Cuando volvísteis de las montañas, ¿leísteis esos libros a alguien? «Los libros estaban escondidos y no nos atrevíamos a sacarlos; eso nos angustiaba, pues no podíamos leerlos día y noche, como estábamos acostumbradas a hacerlo». La sentencia que dictó el gobernador contra Irene fue más cruel que la pena impuesta a sus hermanas.
Dulcició declaró que Irene había incurrido también en la pena de muerte por haber guardado los libros sagrados, pero que sus sufrimientos serían más prolongados. En seguida ordenó que la llevasen desnuda a una casa de vicio y que los guardias vigilasen las puertas. Como el cielo protegió la virtud de la joven, el gobernador la mandó matar. Las actas afirman que pereció en la hoguera, obligada a arrojarse ella misma a las llamas. Esto es muy poco probable y algunas versiones posteriores dicen que murió con la garganta atravesada por una flecha.
Nota: en el original esta hagiografia comprende también la de Ágape y Quionia, ya que en época de la edición se celebraban las tres hermanas juntas el 3 de octubre; ver allí mismo la bibliografía.
Imagen: estatua de santa Irene, de 1717, por Mauro Manieri, en la iglesia de la santa, en Lecce, Italia.