Santa Eustoquia, virgen de la II Orden o Clarisas, fundadora del monasterio de Montevergine, canonizada por Juan Pablo II el 11 de junio de 1988, nació en Mesina el 25 de marzo de 1434. Aprendió de su madre, fervorosa cristiana y entusiasta del franciscanismo, las primeras oraciones, el amor al sacrificio, a las buenas obras y al Crucificado; la madre era discípula del Beato Mateo de Agrigento, de San Bernardino de Siena, de San Juan de Capistrano y de San Jaime de la Marca, que volvieron a los hijos de San Francisco a la observancia de la Regla y fueron los artífices del renacimiento franciscano de aquel siglo.
En 1444 su padre la prometió en matrimonio a un viudo de edad avanzada, pero éste murió repentinamente antes de que se realizara el proyecto. Entretanto el Esposo celestial la atraía suave y fuertemente a sí, y ella, fortalecida con la oración y la penitencia, decidió dejar el mundo para consagrarse por entero al Señor en la vida religiosa. En 1449, superadas fuertes resistencias de sus familiares, fue admitida entre las Clarisas de Santa María de Basicó en Mesina. Desde novicia se distinguió por eminentes cualidades de mente y de corazón. Recorrió con entusiasmo el arduo itinerario de la perfección seráfica. Para guiar la comunidad a la genuina observancia de la Regla, decidió fundar un nuevo monasterio. Con la ayuda de sus familiares y de los bienhechores, en Montevergine, cerca de Mesina, realizó la fundación acompañada de un buen grupo de jóvenes que con ella habían decidido consagrar su vida al Señor. Eustoquia había pasado once años en el antiguo monasterio.
La austera Regla de Santa Clara no era seguida por todas las comunidades. Al comenzar la nueva fundación se puso en sintonía con la reforma para un retorno a las fuentes del franciscanismo, iniciada por San Bernardino de Siena y seguida luego por Santa Coleta, San Pedro de Alcántara y Santa Teresa de Avila. Permaneció como abadesa y madre de sus hermanas hasta su muerte y así pudo dar una fisonomía auténticamente franciscana a la nueva fundación. Guió a la comunidad hacia la perfección de la caridad, con prudencia, solicitud y bondad. Con el ejemplo y las exhortaciones, incitaba a todas al amor de la Cruz, de la pobreza y de la perfección seráfica. Mesina estaba totalmente entusiasmada con su Santa y con el monasterio de Montevergine, jardín de santidad y perfección, y con los singulares carismas, visiones y curaciones, con que Jesús había exaltado a su esposa fiel.
El Señor, su celestial esposo, la llamó a sí el 20 de enero de 1485, y ella salió a su encuentro con la lámpara encendida, rodeada de las cincuenta hermanas que recibieron su preciosa herencia.
Ferrini-Ramírez, Santos franciscanos para cada día. Asís, Ed. Porziuncola, 2000, pp. 26-27, que nosotros tomamos del web franciscano.