Catalina Ulfsdotter, fue la cuarta de los ocho hijos de santa Brígida quien, al igual que su hija, es conocida como «de Suecia», no porque pertenecieran a una casa real sino simplemente por distinguirlas de homónimas. En esa familia religiosa Catalina aprendió primeramente a amar a Dios y, a temprana edad, fue confiada al cuidado de la abadesa de Risaberga. Catalina fue prometida en matrimonio por sus padres a un devoto y noble joven, Edgardo von Kürnen, que era de origen alemán. La boda se celebró efectivamente. A Santa Catalina se le celebra en el oficio divino como a virgen, porque, según se dice, la joven pareja, desde que salió de la iglesia, convino en vivir en perpetua continencia. En su nuevo estado, la joven esposa llevó vida de austeridad que Edgardo toleró, pero no alentó. Carlos, hermano de Catalina se mostró grandemente encolerizado cuando ella trató de inducir a la esposa de éste a seguir su ejemplo. Santa Brígida, a la muerte de su esposo, Ulf, se fue a vivir a Roma y su hija Catalina, como después lo dijo a su homónima de Siena, desde aquel día en que su madre salió de Suecia, se olvidó de lo que era sonreír. En 1350, obtuvo el permiso de Edgardo para visitar a su madre en Roma, pero su hermano Carlos escribió una violenta carta a Edgardo prohibiéndole que la dejara ir. La carta llegó a manos de Catalina, pero ella no se asustó y se amparó bajo la protección que le ofreció uno de sus tíos. Tenía entonces alrededor de diecinueve años.
Santa Brígida había deseado por largo tiempo una compañera, y, cuando su hija, después de algunas semanas de estancia, le anunció que regresaba a casa, su madre le suplicó con ahínco que no lo hiciera, sino que permaneciese en Roma para la causa de Cristo. Lo que siguió no está del todo claro ni es fácil de entender. Catalina estaba obligada a su esposo, a quien parecía tener profundo afecto, pero se quedó en Roma, no sin pasar por momentos de gran desdicha. «Yo llevo una vida desgraciada, enjaulada como un animal, mientras los otros van y nutren sus almas en la Iglesia. Mis hermanos y hermanas, en Suecia, pueden servir a Dios en paz». Por miedo a los desórdenes de la ciudad, cuando la madre de Catalina salía de casa, ordenaba a ésta permanecer encerrada. En estas circunstancias, puede suponerse muy razonablemente que el sueño que tuvo, en el que Nuestra Señora le reprochaba por su inconformidad, fue producto de su depresión nerviosa, aunque la pobre Catalina lo tomó muy en serio. Brígida, por otra parte, creyó habérsele revelado que el esposo de su hija estaba a punto de morir, lo que en realidad sucedió antes de terminar el año. Debido a esta revelación Catalina pareció perder todo deseo de regresar a Suecia. Cuando se supo que esta hermosa joven era viuda, algunos pretendientes empezaron a asediarla con fines matrimoniales y a pesar de sus terminantes negativas, llegaron hasta hacer planes para raptarla. Un día, cuando ella iba a orar a la iglesia de San Sebastián, un conde romano, Latino Orsini, la asechó con sus sirvientes en una viña, a un lado del camino. Pero repentinamente, un venado apareció y distrajo tanto la atención del grupo, que santa Catalina pasó sin ser advertida. En otra ocasión, los que intentaban raptarla quedaron ciegos temporalmente, así lo testificó después, en presencia del papa, el que encabezaba el grupo. La belleza exterior de la santa era un espejo en el que se reflejaba la gracia interior de su alma. Su caridad era tan grande, que se extendía no solamente a los hechos, sino a las palabras, de suerte que nunca se le oyó proferir una palabra airada o impaciente o una crítica menos bondadosa. Años más tarde, imploró a Dios que la Orden de Santa Brígida fuera siempre preservada del veneno de la calumnia y previno a su sobrina Ingegerda, después abadesa de Vadstena, contra los juicios faltos de caridad, diciendo que tanto el murmurador como su oyente llevaban al demonio en sus lenguas. Evitaba toda ostentación y llevaba puestas sus ropas hasta que se le caían a pedazos; sin embargo, se decía que irradiaba tal esplendor hacia las cosas materiales que le rodeaban, que la cabecera de su cama y el dosel parecían estar hechos de los más delicados y exquisitos materiales.
Durante los siguientes veinticinco años, la vida de santa Catalina se identificó casi con la de su madre, en cuyas buenas obras tomó parte activa. Además de las oraciones vocales a las que siempre había sido muy afecta, Catalina empleaba cuatro horas cada día en la meditación de la Pasión. Cierto día, hallándose en oración en la iglesia de San Pedro, se le acercó una mujer vestida de blanco y con un manto negro, a quien tomó por una terciaria dominica. La desconocida le pidió que rezara por una de sus compatriotas de quien ella recibiría valiosa ayuda y que pondría sobre su cabeza una corona de oro. Poco tiempo después, llegaron las noticias de la muerte de una cuñada que le dejaba en herencia la diadema de oro que, como otras mujeres de su rango y país, usaba en las grandes ocasiones. La tiara fue desbaratada y, del producto de su venta, santa Brígida y su hija vivieron durante dos años. De vez en cuando hacían peregrinaciones a Asís y a otros lugares y, finalmente, santa Brígida decidió hacer una postrera visita a Tierra Santa en compañía de Catalina. Brígida murió poco después de su regreso a Roma y su cuerpo se envió ese mismo año a Suecia para ser sepultado en la iglesia de su convento, en Vadstena.
El monasterio no había sido aún canónicamente erigido y sus religiosas vivían sin votos y sin hábito. En Santa Catalina recayó entonces la tarea de formar la comunidad, de acuerdo a la regla que su madre había elaborado por tan largo tiempo para que fuese aprobada. Un año más tarde, regresó Catalina a Roma para activar la causa de la canonización de su madre. Hasta después de cinco años volvió a Suecia, sin haber conseguido aún la canonización (el «Gran Cisma» se había producido mientras tanto). Logró, sin embargo, del papa Urbano VI, la ratificación de la regla de Santa Brígida. Durante ese tiempo en Italia, santa Catalina Ulfsdotter hizo amistad con santa Catalina Benincasa de Siena, y el papa Urbano decidió enviarlas juntas a una misión ante la reina Juana de Nápoles, que apoyaba al pretendiente al papado que se llamaba a sí mismo Clemente VII. Se dice que Catalina se rehusó a ir a la corte de la mujer que había seducido a su hermano Carlos; pero el beato Raimundo de Cápua, en su vida de Santa Catalina de Siena, lo explica de otra manera: él mismo, dice, disuadió al papa de enviar a las dos Catalinas a un ambiente tan peligroso.
Parecía como si la obra de Catalina estuviera terminada, porque inmediatamente después de su retiro final a Vadstena, su salud empezó a desmejorar. Continuó la práctica que había observado por tan largo tiempo de confesarse diariamente, pero el padecimiento gástrico que sufría le hizo imposible recibir el Santísimo Sacramento. Pidió entonces que el Cuerpo de Nuestro Señor le fuera traído a su cuarto de enferma a fin de poder adorarlo y practicar sus devociones en su presencia. Encomendando a Dios su alma en una última oración, murió pacíficamente el 24 de marzo de 1381. Se dice que una brillante estrella apareció sobre la casa, en el momento de su muerte y permaneció allí hasta su funeral. A sus exequias asistieron todos los obispos y abades de Escandinavia, así como el príncipe, y toda la población vecina. Santa Catalina no ha sido nunca formalmente canonizada, pero su nombre fue anotado en el Martirologio Romano y su fiesta se celebra en Suecia y otros lugares, así como por las religiosas de Santa Brígida. Se dice que escribió un libro titulado: «La Consolación del Alma», que consistió en extractos y máximas sacados de la Sagrada Escritura y de varios escritos piadosos, pero no ha llegado a nosotros ninguna copia.
Existe una corta biografía en latín de santa Catalina que fue escrita en los principios del siglo XV por un monje de Vadstena, Ulf Birgersson. Puede encontrarse en el Acta Sanctorum, marzo, vol. III, y fue uno de los primeros libros impresos en Suecia. Un texto más crítico aparece en Scriptores rerum Sueciarum, vol. III. Algunos de los documentos y colecciones de milagros conectados con su proyectada canonización, han sido impresos en las dos obras nombradas. El texto completo de los documentos de canonización, ha sido editado por I. Collijn, «Processus Seu Negotium Canonizacionis b. Katerinae de Vadstenis» (1924-1946). La vida de Santa Catalina estaba tan íntimamente ligada con la de su madre, que quizás los mejores datos acerca de la hija serán encontrados en las biografías de santa Brígida.