Existen muchas ediciones en griego y traducciones latinas de la «Passio» de santa Bárbara; se trata, sin embargo, de narraciones legendarias, cuyo valor histórico es muy bajo, en parte porque hay entre ellas muchas divergencias. En algunas pasiones su martirio se coloca bajo el reinado de Maximino el Tracio (235 - 38) o Máximo (286 a 305), en otras, bajo el de Maximino Daia (308 -13). Tampoco hay gran acuerdo sobre el lugar de nacimiento, ya que los relatos hablan de Antioquía, Nicomedia y, finalmente, de un lugar llamado «Heliopolis», situado a unos 20 km de Euchaita, ciudad de Paflagonia. En las traducciones al latín la cuestión se complica aún más, y así en algunas de ellas Bárbara habría muerto en la Toscana; por ejemplo, en el Martirologio de Adón leemos: «En Toscana, nacimiento [en el cielo] de santa Bárbara, virgen y mártir, bajo el emperador Maximiano». Estamos entonces frente al caso de una mártir cuyo culto estuvo ampliamente difundido desde la antigüedad, tanto en Oriente como en Occidente, pero sin embargo sus datos biográficos son escasísimos, tenemos apenas unos pocos elementos: el nombre, el origen oriental, con toda probabilidad, Egipto, y el martirio. La leyenda, entonces, ha enriquecido con detalles fantásticos, a veces poco realistas, la vida de la mártir: detalles que han tenido una influencia especial sobre el culto, tanto como sobre la iconografía.
Sin pretensión de historicidad, entonces, pero para entender ese culto y esa iconografía, importa rescatar y transmitir algunos trazos de esas leyendas: El padre de Bárbara, Dioscuro, hizo construir una torre para resguardar a la bella hija, pedida en matrimonio por muchos pretendientes. Ella, sin embargo, no tenía intención de casarse, sino de consagrarse a Dios. Antes de entrar en la torre, no siendo aún bautizada y con el deseo de recibir el sacramento, fue a una piscina de agua cerca de la torre y se tiró tres veces, diciendo: «Bárbara se bautiza en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». Por orden de su padre, la torre iba a tener dos ventanas, pero quería Bárbara tres, en honor de la Ssma. Trinidad. Su padre, pagano, llegó a saber de la profesión de fe cristiana de su hija, y decidió matarla, pero ella, pasando milagrosamente entre las paredes de la torre, logró escapar. Capturada, su padre la llevó ante el magistrado. El prefecto Marciano trató de convencer a Bárbara de retirar su propósito de consagrarse a Dios, pero los intentos fueron inútiles; ordenó entonces atormentarla envolviendo todo su cuerpo en una tela áspera y gruesa, de modo que empezó a sangrar por todas partes, pero durante la noche Bárbara tuvo una visión y fue completamente curada. Al día siguiente, el prefecto la sometió a nuevas y más crueles torturas: sobre su carne vuelta a sanar hizo poner planchas de hierro caliente. Una tal Juliana, presente en el tormento, habiendo expresado sentimientos de compasión cristiana, fue asociada al martirio: el fuego encendido a sus costados para atormentarla, se apagó casi de inmediato. Bárbara fue paseada desnuda por la ciudad, pero milagrosamente volvió vestida y saludable, a pesar de la flagelación. Por último, el prefecto la condenó a la decapitación, y fue el padre mismo quien cumplió la sentencia, pero inmediatamente después descendió fuego del cielo y quemó al padre cruel, de quien ni siquiera quedaron las cenizas.
El emperador Justiniano, en el siglo VI, trasladó las reliquias de la mártir de Egipto a Constantinopla; algunos siglos más tarde, los venecianos las llevaron a su ciudad y fueron puestas en la iglesia de San Juan Evangelista en Torcello (1009). El culto de la mártir se había extendido por Italia, probablemente importado durante el período bizantino, es decir, en el siglo VI, y luego se desarrolló más durante las Cruzadas. En Roma, de acuerdo con el testimonio de Juan el Diácono (Vita, IV, 89), a san Gregorio Magno, cuando todavía era monje, le gustaba ir a rezar al oratorio de santa Bárbara; ese recuerdo, sin embargo, no corresponde al siglo VII de san Gregorio Magno, sino al IX del biógrafo, en el cual se construyeron, según puede leerse en el Liber Pontificalis (ed. L. Duchesne, II, pp. 50, 116), oratorios en honor de santa Bárbara, en época de Esteban IV (816-17) y León IV (847-55).
Santa Bárbara es invocada especialmente contra la muerte súbita por alusión a la muerte del padre, y, más tarde, su protección se extendió a todas las personas que fueron expuestas en su trabajo al peligro de muerte inmediata, de allí la relación con las bombas y la artillería, pero también con los carpinteros (oficio más peligroso antes que ahora). En los navíos de guerra, el almacén de las municiones se llama «Santa Barbara».
En la prereforma que se hizo del Martirologio Romano, inmediatamente después del Concilio Vaticano II, hacia 1969, posiblemente por un exceso de celo historicista, el registro de la santa se quitó -junto con muchos otros- del calendario, y se suprimió el culto. Sin embargo en la reforma final, que vige actualmente, desde el 2001, se ha vuelto a aceptar -al igual que a otros-; el criterio que prima no es la verosimilitud de las leyendas sino admitir que tras ese cúmulo de narraciones fantásticas hay trazos de una auténtica antigüedad de la veneración, que puede reconocerse como contemporánea de la existencia del personaje. De ninguna manera la inscripción de un santo en el Martirologio implica la convalidación de las leyendas, pero puede aceptarse la siguiente fórmula: el santo se inscribe en el Martirologio cuando se considera que el culto antiguo -testigo de la existencia histórica- dio lugar a la leyenda, y se rechaza cuando es la leyenda quien creó al personaje, como vemos en este caso a la «espectadora» Juliana, asociada a santa Bárbara en la leyenda, pero no presente en el culto antiguo.
La siguiente rima popular alemana la encontré en un martirologio alemán, y la reproduzco en una traducción lo más literal posible (pero sin perder completamente la cadencia infantil) por su interesante asociación entre el niño que pide por el padre, teniendo en cuenta el funesto papel legendario del padre de Bárbara:
Querido Dios, te pido a ti
protejas a mi padre por mí;
cuando esté en el pozo profundo
no lo dejes ni por un segundo;
esté con él un ángel bueno,
que a su muerte ponga freno;
y así a casa vuelva bien,
mi padre muy querido. Amén.
Santa Bárbara, de noche y de día,
cuida a mi padre que trabaja en la mina,
en cada peligro quédate a su lado,
de la muerte súbita sea salvado.
Primera parte basada, pero no literal, en el artículo de Gian Domenico Gordini en Enciclopedia dei Santi, reproducido en Santi e Beati. la rima tomada del Ökumenisches Heiligenlexikon.