Ha sido tanta la devoción por la santa mártir Apolonia, protectora de los dientes y de las enfermedades relacionadas, que del Medioevo en adelante se multiplicaron sus reliquias dentales milagrosas, veneradas por los fieles y custodiadas en iglesias y oratorios de Occidente; hasta tal punto que el Papa Pío VI (1775-1799), que era muy rígido respecto de esas formas de culto, hizo recoger todos esos dientes que se veneraban en Italia, y puestos en un baúl que llegó pesar cerca de tres kilos, los hizo arrojar al Tíber. Este episodio nos ayudará a percibir cuánta impresión, maravilla y admiración suscitó el martirio de la santa en el mundo cristiano, por sus aspectos distintivos.
Su sacrificio nos viene reportado por el historiador Eusebio de Cesarea (264-340), quien en su Historia Eclesiástica, escrita en el tercer siglo, transcribe un fragmento de la carta del obispo san Dionisio de Alejandría (muerto en 264), destinada a Fabio de Antioquía, en la cual narra algunos episodios de los que había sido testigo. En el último año del imperio de Felipe el Árabe (243-249) -aunque en ese período de seis años hubo prácticamente una tregua en las persecuciones anticristianas- estalló en Alejandría de Egipto una revuelta popular contra los cristianos, promovida por un adivino de la ciudad. Muchos seguidores de Cristo fueron masacrados y lapidados; de la masacre no escaparon, ni mucho menos, los más débiles. Los paganos entraban en las casas saqueando todo lo transportable, y devastando las habitaciones.
Durante este furor sanguinario de los paganos, fue presa también Apolonia, definida por Eusebio como «parthenos presbytes», es decir, virgen anciana -a pesar de lo cual en la iconografía sacra se la representa, como a todas las vírgenes, como una joven-, a la que golpearon las mandíbulas haciéndole caer los dientes, o como dice la tradición, se los fueron arrancando con tenazas. Luego encendieron un fuego fuera de la ciudad, y amenazaron con arrojarla allí viva si no pronunciaba palabras impías contra el Dios cristiano. Apolonia pidió ser dejada libre un momento, y cuando se lo concedieron, se arrojó rápidamente al fuego, resultando incinerada.
El episodio debió haber ocurrido a fines del 248 o inicios del 249, por lo que Apolonia, que era de edad avanzada, como dijimos, debió haber nacido en los últimos años del siglo II o inicios del III; en su carta san Dionisio afirma que aquella había sido una vida digna de toda admiración, no sólo por esta conducta final, sino por el apostolado que había desplegado, que desencadenó la furia de los paganos, que la atacaron con singular crueldad.
El gesto de Apolonia de arrojarse por sí misma al fuego con tal de no cometer un pecado grave, suscitó entre los cristianos y paganos de aquella época una gran admiración, y en los siglos sucesivos fue objeto de consideraciones doctrinales. Ni Eusebio ni Dionisio ven en ello nada reprochable, ni que deba ser considerado como suicidio, ya que la virgen había sido condenada al fuego de no abjurar de la fe. Quizás quiso librarse de ulteriores dolorosísimas torturas que podrían haber minado su determinación, prefiriendo arrojarse por sí misma. San Agustín en su «Ciudad de Dios», se propone como pregunta si es lícito entregarse voluntariamente a la muerte para no renegar de la fe, y dice: «¿no es mejor realizar una acción vergonzoza, de la cual es posible liberarse por el arrepentimiento, que una acción equivocada que no deja espacio a una salvación posterior?» Pero el «suicidio voluntario» de algunas santas mujeres que «en tiempo de persecución se arrojaron al fuego para huir de aquello que amenazaba su castidad» lo dejaba perplejo; ¿y si fuese el propio Dios quien inspirara esa acción? en ese caso no sería error sino obediencia. En definitiva san Agustín no llega a tomar una posición firme en esta cuestión.
Como sea que en el primer Medioevo el culto por la mártir alejandrina se difundió primero en Oriente y luego en Occidente, en varias ciudades europeas surgieron iglesias a ella dedicadas; en Roma fue también edificada una, hoy desaparecida, cerca de Santa María en el Trastévere. La difusión del culto fue debida también a la leyenda, similar a otras santas jóvenes mártires, de que era hija de un rey que la hizo matar porque no abjuraba de la fe cristiana. Su fiesta se celebra desde antiguo el 9 de febrero; a santa Apolonia, virgen y mártir de Alejandría de Egipto, invocada -como ya dijimos- en todas las enfermedades y dolores dentales, se la representa teniendo en su mano una tenaza que aprisiona un diente.
Traducido para ETF de un artículo de Antonio Borrelli. Cuadro: Apolonia, atribuido a Piero della Francesca, hacia el 1455/60, en la National Gallery of Art, Washington. Nota de ETF: puede ser interesante en este contexto leer la homilía de SS Pablo VI (en italiano) en la canonización de Nicolás Tavelic y compañeros, un caso limítrofe entre la conducta suicida y el martirio, que incluso retrasó por mucho tiempo la canonización de estos santos por la dificultad de resolver teológicamente ese punto. En cuanto al texto de san Agustin, el que cita Antonio Borrelli se encuentra en el Libro I de la Ciudad de Dios, n. 26, como parte de una muy recomendable sección dedicada, desde muchos ángulos, a esta cuestión límite de la muerte voluntaria, vale la pena procurar esa lectura.