Entre los que acompañaron a san Pablo en su tercer viaje, se encontraba un gentil de Éfeso llamado Trófimo, el mismo que, posteriormente, fue el motivo de que se desatara la hostilidad contra el Apóstol de las Gentes cuando se presentó con él en Jerusalén. A Trófimo se referían aquellos gritos de los judíos: «¡Hizo entrar a los gentiles en el templo; ha mancillado este santo lugar! Y todo, porque habían visto a Trófimo el de Efeso en la ciudad con Pablo y supusieron que el Apóstol le había llevado al templo» (Hech 21,27-30). También se menciona su nombre nuevamente en la segunda Epístola a Timoteo, donde se dice que Trófimo se quedó enfermo en Mileto (2Tim 4,20).
Por supuesto que ese Trófimo bíblico no es el santo que evocamos hoy, que vivió doscientos años más tarde; sin embargo, cuando el papa san Zósimo escribió a los obispos de las Galias en 417, hizo referencias a que la Santa Sede había enviado a Trófimo a las Galias y que sus prédicas en Arlés formaron la fuente de donde las aguas de la fe se extendieron por toda la comarca. Por la habitual tendencia de las sedes episcopales a prestigiar sus orígenes, se identificó a este Trófimo enviado por la Santa Sede con el Trófimo bíblico. Ciento cincuenta años más tarde, san Gregorio de Tours escribió que san Trófimo de Arlés, primer obispo de aquella diócesis, fue uno de los seis prelados que llegaron de Roma con san Dionisio de París a mediados del siglo tercero. Nada más se sabe sobre Trófimo de Arlés. No existe ninguna biografía antigua sobre san Trófimo, pero en vista de que la catedral de Arlés está dedicada a él, y tomando en cuenta las palabras del papa Zósimo y otras referencias, es necesario tomarle como un personaje histórico.
La identificación con el Trófimo que menciona san Pablo es una de las invenciones características del martirólogio de Adón. Véase «Martyrologes Historiques» de Quentin, pp. 303 y 603, así como los «Fastes Episcopaux» de Duchesne, vol. I, pp. 253-254.