Sotero fue el 12º Obispo de Roma, aproximadamente entre los años 167 a 175. De los hechos de su pontificado no poseemos datos directos, y los que se la han atribuido a lo largo del tiempo (como decretos sobre el montanismo y la predestinación, así como decretos para la organización del culto) no parecen merecer ningún crédito; sin embargo sí se conservó un precioso testimonio indirecto: un fragmento de la carta que le envía Dionisio de Corinto para agradecer al papa unos donativos, en donde le dice:
Desde el principio ha sido tu costumbre hacer el bien a los hermanos de distintas maneras, y enviar donativos a muchas iglesias de distintas ciudades, auxiliando las necesidades de aquellos que piden, o enviando limosnas a los hermanos en las minas; por esas limosnas que tú has mantenido por costumbre desde antiguo enviar, los Romanos mantienen la costumbre romana tradicional, que tú, bendito obispo Sotero, no sólo has mantenido, sino que has acrecido, proveyendo la abundancia que has enviado a los santos, y consolando aun más con bienaventuradas palabras a los hermanos que acuden a ti, como un padre amoroso con sus hijos. [...] Hoy, por tanto, hemos tenido el santo Día del Señor, en el cual hemos leído tu carta, que guardaremos para siempre leerla y ser instruidos, tal como hacemos con la carta que nos había enviado Clemente. (Eusebio de Cesarea, Historia de la Iglesia IV, 24).
Estos fragmentos, además de hablar muy bien de san Sotero, nos confirman una costumbre que conocemos por muchas fuentes: en las asambleas litúrgicas se leían no sólo los textos bíblicos, sino también estas «cartas circulares» que enviaban los obispos, no sólo a su sede, con palabras de consuelo, de reprensión, de enseñanza, a semejanza de las que conocemos de Pablo. La más famosa de esas cartas no canónicas es la aludida aquí de san Clemento Romano a los Corintios. Lamentablemente la del papa Sotero se ha perdido, aunque algunos estudiosos han intentado identificarla con la llamada «Segunda Carta de San Clemente Romano», que hasta el presente permanence como anónima. La misma tradicional generosidad de la iglesia romana es alabada cien años más tarde por Dionisio de Alejandría en carta al papa Dionisio, y Eusebio declara que esa costumbre permanecía en su época (siglo IV).
Sus reliquias estuvieron un tiempo enterradas en el cementerio de San Calixto, luego, bajo el papado de Sergio II (med. s. IX) fueron trasladadas a la iglesia de San Silvestre, en Roma, luego a la de San Sixto, y finalmente dispersadas, de lo que algunas llegaron hasta Toledo, donde se conservan en la actualidad. Durante siglos se lo veneró como mártir, pero no hay razón para considerarlo tal.
Basado principalmente en el artículo de Catholic Encyclopedia, con detalles tomados del del Franco Prevato en Santi e Beati. Ver Acta Snctorum, abril, III y las notas de Duchesne al Liber Pontificalis.