Silvino empleó gran parte de su fortuna personal en rescatar a los esclavos de los bárbaros, y el resto lo gastó en obras de caridad y en la construcción de iglesias. Aunque su porte y sus maneras eran las de un cortesano, vestía pobremente y practicaba grandes austeridades. Se dice que recibía en su casa a cada peregrino, como si se tratara de Jesucristo en persona. El biógrafo de San Silvino cuenta que no comió pan durante cuarenta años, que se alimentaba con hierbas y frutos, y que su única riqueza era un caballo en el que hacía sus viajes, cuando estaba ya muy débil para andar. El gran deseo de Silvino era vivir como ermitaño; pero la debilidad de su constitución física se lo habría impedido, en caso de haber obtenido la dispensa de sus obligaciones episcopales. Parece que murió en el monasterio de Auchy-les-Moines, cerca de Arras, porque ahí fue sepultado. Sus contemporáneos le tenían en gran estima, no sólo por su caridad y santidad, sino también por su don de curar a los enfermos. Sus reliquias se conservaron hasta la Revolución Francesa.
Existe una vida latina de San Silvino, escrita por el obispo Antenor, quien debió ser contemporáneo suyo; pero el escrito sufrió muchos retoques posteriores. El texto se halla en Acta Sanctorum, febrero, vol. III, y en Mabillon. Duchesne (Fastes Episcopaux vol. III, p. 134) opina que San Silvino era probablemente escocés, y hace notar que, de los escritos de Falcuino se desprende que el santo vivía todavía en la época de la batalla de Vincy (717).