Melas, nació en Rinocorura (actual El'Arîsh), en Egipto, cerca de los límites con Palestina. Pertenecía a una familia pobre que le dio una educación cristiana. Vivía sin ambición y sin brillo, como verdadero asceta, cuando fue elevado a la sede episcopal de su ciudad natal. En esta alta dignidad conservó su simplicidad, su amor a las mortificaciones y a la vida oculta. Se cree que fue consagrado por Atanasio.
Su adhesión a la fe de Nicea le valió los honores de la persecución. Los enviados del emperador Valente, venidos para apoderarse de su persona, lo encontraron en su iglesia, ocupado en limpiar las lámparas. Melas les dejó en la ignorancia sobre su persona y su dignidad, les introdujo en la casa episcopal y les sirvió de comer él mismo. Al final les dijo: «Yo soy el mismo que vosotros buscáis». Llenos de respeto y de admiración, los comisarios le comunicaron las órdenes del emperador y se ofrecieron a facilitar su evasión. Melas rehusó y declaró que quería ser tratado como los otros prelados católicos. Marchó, pues, al exilio, menos por la violencia de sus enemigos que por el ardor de su caridad.
Se ignora el lugar donde fue relegado y lo que aconteció durante sus últimos años. Algunos han supuesto que, habiendo sobrevivido a Valente, pudo ser restablecido en su sede y morir en paz, bajo el gobierno de Teodosio.
Sozomeno Hist, eccl., en la P.G., vol. LXVII, col. 1589. Acta sanct, enero II, pág 15.