Según las «actas» de estos mártires, que no merecen crédito alguno, Luxorio era un soldado romano que había leído el salterio y había quedado profundamente impresionado, porque al leer el salmo 86, «Ninguno de los dioses es como Tú, Señor, y sus obras son nada en comparación de las tuyas: Tú eres el único Dios», comprendió que ese Dios era el de los cristianos. Así pues, hizo suya la plegaria del siguiente versículo: «Condúceme, Señor, por tus caminos y avanzaré por el sendero de la verdad». Haciendo torpemente la señal de la cruz, Luxorio se dirigió a un templo cristiano y ahí oyó el salmo 119: «Derrama tu gracia sobre tus siervos. Vivifícame y observaré tus mandamientos. Abre mis ojos ...» Luxorio consiguió entonces otros libros de la Sagrada Escritura y aprendió de memoria los Salmos y los Profetas. Cuando se le permitió finalmente leer los Evangelios, la luz se hizo en su alma, creyó en Jesucristo, y fue bautizado.
Por entonces estalló la persecución de Diocleciano. El prefecto Delfio empezó a ejecutar los decretos imperiales en Cerdeña, donde se hallaba acuartelada la guarnición a la que pertenecía Luxorio. El santo fue uno de los primeros que comparecieron ante el prefecto, junto con dos jóvenes llamados Ciselio y Calmerino. Delfio exigió a Luxorio, quien llevaba aún la túnica bautismal, que negase a Jesucristo. Como éste se rehusase a ello, fue atado a un poste y azotado. Durante la tortura, el santo cantaba los salmos para glorificar a Dios, olvidar sus sufrimientos y alentar a sus jóvenes compañeros. Como éstos permaneciesen también firmes en la fe, Delfio ordenó que los tres fueran decapitados. El martirio tuvo lugar en «Foro de Trajano», poblacíon que actualmente se llama Fordingiano.
En realidad, la existencia histórica de san Luxorio está fuera de duda, ya que se le veneraba desde antiguo como mártir en Cerdeña; no puede decirse lo mismo de sus compañeros, que posiblemente eran una mera invención para dar color a las pretendidas «Actas», y ya no son recordados en el Nuevo Martirologio.
Véase Acta Sanctorum, agosto, vol. IV; y Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, pp. 454-455. Hemos citado los salmos según la numeración hebrea, normalizada en la actualidad; en la numeración vulgata o litúrgica correspondería a los nn. 85 y 118.