Nacido en Udine (Italia), el 4 de agosto de 1804, vivió en tiempos difíciles de guerras, epidemias y carestías. Pero su espíritu, forjado en un ambiente familiar de fe profunda, no se abatió frente a las diferentes dificultades sino que descubrió en ellas un llamado de Dios, para entregar toda su vida al servicio de los más necesitados.
Era el menor de tres hijos de una familia de posición económica holgada. A los 23 años es ordenado sacerdote y ya desde unos años antes había comenzado a ayudar a su hermano Carlos que era sacerdote, en una casa para niñas huérfanas. Poco a poco fue asumiendo más tareas de responsabilidad en esta obra, hasta el punto de vender todos sus bienes y hacerse mendigo con tal de proporcionar a aquellas criaturas en dificultad, lo que más necesitaran.
Nueve maestras componían el primer núcleo de educadoras de las niñas y jóvenes, las cuales, guiadas por el ejemplo y la formación espiritual del p. Luis, sintieron que también ellas deseaban dedicar toda su vida al servicio de los más necesitados. Nace así la congregación de las Hermanas de la Providencia, el 1º de febrero de 1937. El p. Luis, por su parte, siempre deseoso de dar algo más al Señor, entra en la congregación de los Padres del Oratorio de San Felipe Neri y permanecerá en ella aún después de que fuera suprimida en Udine en 1866, por las leyes del gobierno de aquella época.
Luego de toda una vida consumada por el bien de los demás, en la que se destaca también de forma especial su preocupación y ayuda material y espiritual a los seminaristas y sacerdotes pobres, muere el 3 de abril de 1884. Casi un siglo después, el 4 de octubre de 1981, el Papa Juan Pablo II lo proclama beato, presentándolo como ejemplo de virtudes entre las que sobresalieron en particular la humildad, la caridad y un total abandono en las manos de la Providencia. Y 20 años después, el 10 de junio de 2001, el mismo Papa lo proclamará santo en la Plaza de San Pedro de Roma.
De la homilía de SS Juan Pablo II en la misa de canonización:
«Ya que hemos recibido la justificación por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo» (Rm 5, 1).
Como hemos escuchado en la segunda lectura, para el apóstol san Pablo la santidad es un don que el Padre nos comunica mediante Jesucristo. En efecto, la fe en él es principio de santificación. Por la fe el hombre entra en el orden de la gracia; por la fe espera participar en la gloria de Dios.
Esta esperanza no es un espejismo, sino fruto seguro de un camino ascético en medio de numerosas tribulaciones, afrontadas con paciencia y virtud probada.
Esta fue la experiencia de san Luis Scrosoppi, durante una vida gastada totalmente por amor a Cristo y a sus hermanos, especialmente los más débiles e indefensos.
«¡Caridad, caridad!»: esta exclamación brotó de su corazón en el momento de dejar el mundo para ir al cielo. Practicó la caridad de modo ejemplar, sobre todo con las muchachas huérfanas y abandonadas, implicando a un grupo de maestras, con las que fundó el instituto de las «Religiosas de la Divina Providencia».
La caridad fue el secreto de su largo e incansable apostolado, alimentado de su contacto constante con Cristo, contemplado e imitado en la humildad y en la pobreza de su nacimiento en Belén, en la sencillez de la vida laboriosa de Nazaret, en la total inmolación en el Calvario y en el silencio elocuente de la Eucaristía. Por este motivo, la Iglesia lo señala a los sacerdotes y a los fieles como modelo de síntesis profunda y eficaz entre la comunión con Dios y el servicio a los hermanos. En otras palabras, modelo de una existencia vivida en comunión intensa con la santísima Trinidad.
El texto biográfico fue tomado de la revista Umbrales, nº 118, año 2001, editada por los PP Dehonianos, Montevideo, Uruguay; la homilia puede leerse completa en el sitio del Vaticano.