San León pasó su vida en Mantenay, pueblecito de la diócesis de Troyes. Ahí nació y ahí ingresó en un monasterio, fundado poco antes por el obispo de Reims, Romano. San León edificó a todos sus hermanos, tanto como simple monje como al suceder a Romano en el cargo de abad. Una noche, mientras dormía en el bautisterio de la iglesia, como tenía por costumbre, se le aparecieron san Hilario de Poitiers, san Martín de Tours y san Anastasio de Orléans, para anunciarle que iba a morir tres días después. San León les rogó que le obtuviesen de Dios otros tres días, para que una buena mujer pudiese terminar el hábito mortuorio que le había prometido. Habiendo obtenido esa gracia, el santo envió inmediatamente a un mensajero a traer el hábito morturio. La dama en cuestión dijo que todavía no lo había tejido, porque el abad gozaba de perfecta salud, pero que lo terminaría en tres días. La dama cumplió su palabra y envió el hábito en la fecha prometida. El santo murió, exactamente, cuando se le había predicho. El nombre de san León aparece en ciertas recensiones tardías del Martirologio Jeronimiano.
Tanto en Mabillon como en Acta Sanctorum, mayo, vol. VI, hay una breve biografía, pero muy poco fidedigna.