Jeremías debio nacer entre los años 650 y 645, por tanto, tendría unos 20 años cuando fue llamado al ministerio profético, acontecimiento que tuvo lugar el año 13° del reinado de Josías, rey de Judá (640-609), es decir, el 627/626 (Jr 1,2). El relato de misión (Jr 1,6) confirma que Jeremías era joven cuando oyó la llamada de Dios:
«Palabras de Jeremías, hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot, en la tierra de Benjamín, a quien fue dirigida la palabra de Yahveh en tiempo de Josías, hijo de Amón, rey de Judá, en el año trece de su reinado,[...] Yo dije: "¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho." Y me dijo Yahveh: No digas: "Soy un muchacho", pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás.» (Jr 1,1-2.6)
El niño Jeremías pertenece a una familia establecida en Anatot, una aldea situada a 6 km al nordeste de Jerusalén. Reside por tanto en el territorio de la tribu de Benjamín, tribu que se consideraba como ligada al Israel del Norte en la época de Jeremías; Anatot dependía, sin embargo, de la administración real de Jerusalén. De todas formas, antes que en Jerusalén, Jeremías tiene sus raíces proféticas en su territorio benjaminita. El Reino del Norte (es decir, Israel) había caído hacia ya casi un siglo, en el 721; ya sólo quedaba Judá, el Reino del Sur. Sin embargo, Jeremías, como posiblemente muchos otros hombres piadosos, aguardaba la reconstrucción de Israel, aguardaba la vuelta al antiguo esplendor. La primera predicación del profeta -que acusa la influencia del estilo de Oseas- se dirige, pues, hacia estas aspiraciones del Norte; está representada en los capítulos 2 a 6 y 30-31, y ocurre en los primeros años de su ministerio, a partir del 627.
En esos mismos años, con centro en el año 620, se realiza la importantísima Reforma de Josías, que conocemos por muchos aspectos, pero fundamentalmente porque su programa de purificación religiosa y política quedó expresado en el libro del Deuteronomio. Jeremías conoce la reforma de Josías, y está imbuido de su espíritu, está en consonancia con su programa de vuelta a la fidelidad de la Alianza. No es posible saber cuándo llegó Jeremías a Jerusalén, pero está claro que estaba allí ya cuando la reforma se ponía en marcha, e incluso tuvo dificultades con las autoridades religiosas por un discurso profético que pronunció ante el templo (capítulo 7), que representaba en ese momento para la conciencia común una garantía que ataba más a Yahvé con su pueblo, que al pueblo con Yahvé.
¿Era Jeremías sacerdote? El comienzo del libro indica claramente una flliación sacerdotal cuando presenta a Jeremías como «hijo de Jilquías, de los sacerdotes de Anatot» (Jr 1, 1) Salomón había asignado la residencia del sacerdote Abiatar en Anatot por haber apoyado el partido de Adonías (1Re 2,26-27 cf 1Re 1,7) Es una hipótesis aceptable suponer que se había conservado la memoria de esta ascendencia, y se observará que Anatot es una ciudad levítica segun Jos 21,18. Aunque por supuesto, que su padre fuera sacerdote, no indica que Jeremías le sucediera en sus funciones sacerdotales. ¿Afectó la reforma religiosa de Josías a estos sacerdotes de provincias? Aunque no puede probarse, quizás cuando Jeremías llegó a Jerusalén fue testigo de la negativa que opusieron los sacerdotes del templo jerosolimitano a dejar sitio a los sirvientes de los santuarios locales.
Jeremías no es un hombre de ciudad sino de campo, ha aprendido a observar a las gentes y las cosas. Su predicación denota ese contacto cotidiano con la vida de una aldea cuyos habitantes viven de la tierra, de ahí su afición a las comparaciones sacadas de la naturaleza y del curso de las estaciones: Jeremías observa el almendro -el «alertador» según el sentido de la palabra hebrea- el primer árbol que se cubre de flores para anunciar la primavera (Jr 1,11); conoce las costumbres de los pájaros, las de la perdiz (17,11), la cigüeña, la tórtola, la golondrina y la grulla (8,7); conoce el valor del agua para las personas, los animales y la tierra (14,3-6), y el cuidado que hay que tener con la cisterna para que no pierda agua (cf 2,13); ha visto plantar viñas con la esperanza de fruto que pone en ellas el labrador (2,21) Estas observaciones y otras que se pueden deducir de la lectura del libro revelan un temperamento meditativo ya que son las cosas mas sencillas las que le hablan de Dios y de su acción. Este hombre sencillo y delicado es al que Dios llama al ministerio profético. Siguiendo esta llamada Jeremías va poco a poco descubriendo que la palabra de Dios que se le ha encargado transmitir es objeto de burla para mucha gente (6,10), y que cada vez se le va haciendo más dura de llevar.
Tal como nos han dejado testimoniado otros profetas -como Elías-, también Jeremías atravesó una fuerte crisis de misión, una verdadera crisis vocacional en la que percibe claramente que a pesar de llevar consigo la Palabra de Yahvé, esa palabra, en esas circunstancias históricas concretas, son de juicio y perdición, son amargas, 15,15ss. Esta época coincide con lo que resulta la segunda etapa de su predicación, en tiempos del rey Joaquín, que retrocede en la tarea de reforma de su antecesor. Los capítulos de Jeremías 7 al 20 dan cuenta de este período. Los textos de esta sección están entretejidos de expresiones muy personales:
«Me has seducido, Yahveh, y me dejé seducir; me has agarrado y me has podido. He sido la irrisión cotidiana: todos me remedaban. Pues cada vez que hablo es para clamar: "¡Atropello!", y para gritar: "¡Expolio!". La palabra de Yahveh ha sido para mí oprobio y befa cotidiana. Yo decía: "No volveré a recordarlo, ni hablaré más en su Nombre." Pero había en mi corazón algo así como fuego ardiente, prendido en mis huesos, y aunque yo trabajada por ahogarlo, no podía.» (20,7-9)
Esta etapa culmina con el primer asedio a Jerusalén, en el 597. El cambio de rey un año antes, no ha cambiado la errada política de Judá. El profeta insta a no resistir a Babilonia, a no confiar en Egipto, pero la política del rey Sedecías es exactamente la opuesta. El profeta recurre, como había ya ocurrido en otros tiempos de la tradición profética, no sólo a la predicación verbal, sino al gesto profético, a la acción simbólica; por ejemplo, cap. 27. Toda la última etapa de su predicación, coincidente con el reinado de Sedecías. va mostrando cada vez más lo ineluctable del castigo que Yahvé traerá sobre Jerusalén, hasta que el profeta sea testigo de la caída de Jerusalén en el 587 y el inicio del cautiverio babilónico. Lo que sabemos de su destino posterior, que proviene del propio libro, es que en principio no marchó hacia Babilonia como desterrado, sino que permaneció en Judá, pero con el asesinato del legado babilónico, Godolías, quedó obligado a exiliarse en Egipto (caps. 40-43), donde ya su rastro se nos pierde.
Ya en epoca judía se ha visto en Jeremías el modelo del siervo sufriente del que hablan los oráculos de Isaías. Cuánto más en la predicación cristiana Jeremías ha sido visto él mismo -no sólo sus palabras- como una profecía de Cristo.
En cuanto al libro, es el resultado de un proceso editorial complejo, donde se mezclan dos recensiones distintas -la hebrea y la griega-, y no presenta los oráculos en orden cronológico. Ademas de la transcripción -siempre enriquecida con relecturas- de la predicación oral, que se le atribuye a su secretario Baruc, el libro contiene también oráculos reelaborados con posterioridad a la vida de profeta, así como fragmentos biográficos escritos por Baruc, o gente del entorno de la escuela del profeta.
No soy propiamente hablando autor de este escrito, he glosado la introducción al libro de Jeremías en el Cuaderno Bíblico Verbo Divino nº 40, de Jacques Briend: «El libro de Jeremías», en menor medida he tomado datos de la Introducción al profeta, de Güy P. Couturier, C.S.C., en «Comentario Bíblico San Jerónimo», Cristiandad, vol 1.
Imágenes:
-«Jeremías», fresco en la Capilla Sixtina, de Miguel Ángel, 1511.
-174Jeremías lamenta la destrucción de Jerusalén», de Rembrandt, 1630, óleo sobre panel, 58,3 x 46,6 cm, Rijksmuseum, Amsterdam.