San Isidoro, a quien el Martirologio conmemora en este día, era probablemente originario de Alejandría. Se dice que fue comisario del ejército del emperador Decio y que se hallaba en Quíos con la flota imperial mandada por Numerio. En dicha isla su capitán descubrió que era cristiano y le denunció a Numerio. El santo confesó firmemente la fe durante el juicio, sin dejarse ganar por las promesas ni amedrentar por las amenazas. Como se rehusase a ofrecer sacrificios a los dioses, el juez mandó que le cortasen la lengua y le degollasen. Su cadáver fue arrojado a un pozo, de donde lo rescataron los cristianos. Fue sepultado por un soldado llamado Amiano, que sufrió más tarde el martirio en Cízico y por santa Mírope, la cual murió en la flagelación que se le infligió por haber dado sepultura a los mártires cristianos.
El pozo llegó a ser muy famoso por las propiedades curativas de sus aguas y se construyó una basílica sobre la tumba de san Isidoro. En el siglo V, san Marciano, que era tesorero de la catedral de Constantinopla, dedicó a san Isidoro, por divina revelación, una de las capillas de la iglesia que edificaba en honor de santa Irene. El culto del santo se extendió de Constantinopla a Rusia. En 1525, unos mercaderes cristianos trasladaron las reliquias de san Isidoro a San Marcos de Venecia, donde se conservan todavía.
Hay razones para sospechar que las actas del martirio de san Isidoro (Acta Sanctorum, mayo, vol. III) no pasan de ser una novela piadosa, pero el culto del santo, cuyo centro es Quíos, data de muy antiguo. San Gregorio de Tours menciona a san Isidoro. Cf. Delehaye, Origines du Cuite des Martyrs, pp. 226, etc.; y Recueuil des historiens des Croisades, Occident, vol. v, pp. 321-334.