Lo poco que sabemos de Isaías es lo que el profeta nos dice de sí mismo en Is 1-39. Pertenecía al reino de Judá y profetizó durante cuatro reinados: Ozías (783-742), Jotam (742-735), Ajaz (735-715) y Ezequías (715-687). Se suele admitir, sobre la base de 6,1, que la actividad profética de Isaías dio comienzo el año de la muerte de Ozías. Pero hay que dejar abierta la posibilidad de una actividad anterior a la arrolladura visión de Yahvé entronizado en el templo. Isaías estaba casado y era padre de dos hijos, al menos, cuyos nombres tenían un significado simbólico. Es verosímil que toda la actividad profética de Isaías tuviera por escenario la ciudad de Jerusalén. Aunque el profeta se movía con soltura entre los reyes y tenía fácil acceso a la real presencia, no es de creer que perteneciese a la familia real. Sus títulos de nobleza consisten en su talla humana y la alta misión a que Dios le había llamado.
Esta misión consistió en guiar a Israel a través de una de las peores épocas de su historia. Con la muerte de Ozías tocó a su fin el período de gloria y prosperidad nacional que había disfrutado Judá. La sombra de Asiría, que una vez más empezaba a caminar por los senderos de la conquista, se abatía amenazadora sobre el país. Durante su propia vida Isaías tendría que ver cómo el reino del norte se hundía en el remolino de las conquistas, y su propia patria era invadida por los poderosos ejércitos asirios. Pero en Judá aún era más amenazadora la crisis espiritual que el peligro de destrucción física. La misma avaricia, hipocresía e injusticia que Amós había fustigado en el reino de Israel estaban minando la integridad espiritual de Judá.
A todo ello hay que añadir la pérdida del vigor nacional, que condujo a los dirigentes a buscar la forma de llegar a un acuerdo con Asiría y sus dioses, minando así en sus mismas bases la existencia de Judá como pueblo de la alianza. El rey de Judá pertenecía a la casa de David, a quien había sido prometida una descendencia dinástica eterna (2Sam 7). Con Asiría arrasando todo lo que se le ponía enfrente, muchos judaítas empezaron a dudar de que Yahvé tuviera poder para salvar a la dinastía davídica, según sus promesas. Otros adoptaron una actitud opuesta, pero igualmente falta de espíritu. Interpretando la alianza davídica como una garantía absoluta de invencibilidad, sin que para ello importaran los crímenes de cualquier género que se cometían contra Yahvé, intentaron arrastrar a la nación a una serie de revueltas poco menos que suicidas. Cuando la religión se convierte en una garantía para la injusticia a escala nacional, el fin no está lejano. Nadie supo comprenderlo mejor que Isaías.
Su ministerio puede dividirse en tres períodos, en cada uno de los cuales podemos situar con cierta seguridad un cierto número de los oráculos pronunciados por el profeta:
-El primer período, que se extiende a lo largo de los reinados de Jotam y Ajaz, está representado por el contenido de los caps. 1-12. El punto culminante de esta etapa fue la ruptura de Isaías con Ajaz y su política nacional, en la crisis de 735-733, cuando Siria e Israel formaron una coalición para obligar a Judá a entrar en la rebelión armada frente a Asiría.
-El segundo período nos sitúa en el reinado de Ezequías, que sufrió fuertes presiones por parte de Egipto y de los filisteos para que se les uniese en la sublevación contra Sargón de Asiría. Son pocos los oráculos que pueden asignarse con toda seguridad a esta primera etapa del reinado de Ezequías, cuando toda Palestina vivía bajo la sombra amenazadora de Sargón el Grande. El cap. 20 pertenece con seguridad a esta etapa y, con la ayuda de los anales asirios, puede fecharse en los años 714-711, cuando Asdod y otras ciudades-estados se unieron en un levantamiento contra la poderosa Asiría. La posición adoptada por Isaías aparece clara en este capítulo 20. Caminando por las calles de Jerusalén, descalzo y cubierto tan sólo de un ceñidor, el profeta subrayaba la locura de confiar en Egipto y en sus aliados. Parece ser que en esta ocasión se impuso la política preconizada por el profeta, pues Judá se libró del castigo cuando Sargón sofocó la revuelta.
-El último período coincide con las campañas de Senaquerib en Palestina; este rey sucedió a Sargón en el trono de Asiría en 705. El material en prosa del apéndice histórico (caps. 36-39) nos ofrece importantes noticias sobre aquellos tiempos penosos, que vinieron a dar la razón a las palabras proféticas de Isaías. A esta última etapa de la actividad profética de Isaías corresponden los oráculos reunidos en 28,7-33,24. Isaías llevó adelante su tarea como portavoz de Yahvé durante más de cuarenta largos y difíciles años.
Una tradición tardía y no comprobada supone que sufrió la muerte bajo el impío rey Manases, que rechazó de plano las reformas de su padre Ezequías, es decir que murió en algún momento posterior al año 687 a.C.
Pero Isaías no sólo fue un gran profeta, sino que dejó escuela, y nuevos acontecimientos históricos dieron lugar a que su posición espiritual ante la historia, la primacía de la fidelidad a la Alianza con Dios, fuera revitalizada y releída en nuevos contextos. Así, cuando siglo y medio más tarde el pueblo de Judá está en el exilio babilónico, un profeta anónimo -al que llamamos Segundo Isaías- le lleva de parte de Dios una lectura de la historia donde ese exilio no es el signo del fracaso, sino el compás de espera de un nuevo triunfo de Dios: «Consolad, consolad a mi pueblo...» (Is 40,1). Y a su vez, cuando la nueva etapa que se abrió con la vuelta del destierro exige leer de nuevo los signos de los tiempos para volver a encontrar la Alianza, un nuevo profeta, también anónimo -al que llamamos Tercer Isaías-, imbuido del «espíritu isaiano», alzará su voz: « Alegraos, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis, llenaos de alegría por ella todos los que por ella hacíais duelo...» (Is 66,10). La tradición posterior ha compilado estos «tres Isaías» en un mismo libro, que es el que conocemos con el nombre de Libro del profeta Isaías, pero que realmente comprende varios siglos de historia viva de la Alianza de Dios con su pueblo. En la memoria de hoy celebramos al Isaías que más conocemos, autor de los oráculos de Is. 1-39, pero también con él a toda una manera de permanecer proféticamente atentos a los signos de Dios en la historia.
Excepto el último párrafo, todo el texto es de Frederick L. Moriarty, SJ, en «Comentario bíblico San Jerónimo», vol 1, Cristiandad, 1971, pp 705-707. El último párrafo es de Abel Della Costa.
El cuadro es de Raphael, de 1511-12, fresco en la iglesia de San Agustín, en Roma.