Como lo hace notar Alban Butler, el comercio es con frecuencia ocasión de apego exagerado a los bienes de este mundo, de codicia inmoderada y de mentiras, fraudes e injusticias. Pero todo ello procede del abuso de los hombres y no constituye un defecto inherente a la profesión de comerciante, como lo prueba el ejemplo de éste y otros santos. Homobono era hijo de un mercader de Cremona, en la Lombardía. En el bautismo recibió ese nombre que significa «hombre bueno». Su padre, en vez de enviarle a la escuela, se ocupó de enseñarle personalmente la profesión mercantil y, con el ejemplo de la palabra, le imbuyó en el amor a la probidad, la integridad y la virtud. El santo aborrecía desde niño la menor sombra de fraude o injusticia, y a su honradez unía el sentido del ahorro, la diligencia y la laboriosidad. Consideraba la dedicación al comercio como una vocación de Dios y lo practicaba hábilmente, sin olvidar nunca las necesidades de su familia, de su pueblo y de sí mismo. Un comerciante que no tiene al día sus libros, que no administra sus negocios con orden y regularidad y que no se aplica seriamente a ello, falta a uno de sus deberes esenciales de cristiano. Homobono se santificó precisamente, al cumplir esos deberes con diligencia, honradez y por motivos sobrenaturales.
San Homobono se casó a su debido tiempo y su esposa le ayudó con prudencia y fidelidad en el gobierno de la casa. La ambición, la vanidad y la ostentación, no son menos nocivas que otros defectos aparentemente más graves de la clase media, que debería distinguirse por la modestia, la moderación y la sencillez. Todos los gastos exagerados en el vestido, el tren de vida y otras cosas vanas ofenden a otros y dañan a quienes los hacen. Un hombre de baja estatura que usa zancos, sólo consigue ponerse en ridículo. El comerciante está obligado a honrar y ayudar a la sociedad a la que pertenece; la ostentación no hace más que ponerle en ridículo y arruinar su felicidad. San Homobono supo esquivar esos escollos contra los que se estrellan tantos comerciantes. Además, no contento con dar el diezmo de sus ganancias a los pobres de Cristo, era extraordinariamente generoso en sus limosnas, visitaba a los pobres en sus casas, los ayudaba en sus necesidades materiales y los exhortaba a mejor vida.
Su biógrafo afirma que Dios le concedió la gracia de socorrer milagrosamente a aquellos que lo necesitaban. San Homobono tenía por costumbre ir todas las noches a la iglesia de San Gil, porque la oración era la fuente de todas sus buenas acciones y en ella consagraba el santo su vida a Dios. El 13 de noviembre de 1197, cuando el sacerdote entonaba el «Gloria in excelsis» de la misa, Homobono extendió los brazos en cruz y cayó de bruces. Los presentes pensaron que se trataba de un acto de devoción; pero, como el santo no se levantase al momento del Evangelio, acudieron a ver lo que pasaba y le encontraron muerto. Sicardo, obispo de Cremona, fue personalmente a Roma a solicitar que se le canonizase. Así lo hizo Inocencio III en 1199.
A. Maini publicó, en 1857, una corta biografía medieval con el título de S. Homoboni Cremonensis Vita Antiquior. Fuera de eso, los únicos datos que poseemos proceden de las lecciones del breviario. Sin embargo, Sicardo de Cremona menciona al santo, quien fue canonizado dos años después de su muerte (Potthast, Regesta, vol. I, p. 55) . Es el patrono de los sastres y modistas. Su fama se extendió por Italia, Alemania (donde se le llama «Gutmann», que es la traducción literal del nombre) y Francia. G. Belladori publicó, en 1674, una voluminosa obra titulada «Il trafficante celeste, oceano di santita e tresoriero del celo, Huomobono il santo, Cittadino Cremonese». Más modernas son las obras de F. Camozzi (1898) , D. Bergamaschi (1899) , y R. Saccani (1938). Marco Vida, el poeta neoclásico del siglo XVI, era originario de Cremona y escribió un himno en honor de san Homobono.
En la imagen: Homobono, de Pietro di Giovanni Lianori, siglo XV.