Goar nació en Aquitania. Después de recibir las órdenes sagradas, trabajó varios años en una parroquia de su país natal. Pero, sintiéndose llamado a la soledad, se estableció a orillas del Rin, cerca del pueblecito de Oberwesel. Ahí vivió en paz muchos años, hasta que, como tantos otros anacoretas, fue «descubierto» y las gentes empezaron a acudir a consultarle. Los campesinos de la región le amaban muy especialmente: escuchaban con devoción sus sermones, admiraban la austeridad de su vida, se maravillaban de su santidad y paciencia y le atribuían toda clase de milagros, cuya fama se encargaban de esparcir ellos mismos. Si no hubiese sido sacerdote, san Goar habría podido continuar tranquilamente en aquella vida; pero algunos entrometidos llevaron al obispo de Tréveris la noticia de que era sacerdote, en tanto que otros malévolos añadieron que era un pillo, amante de la buena mesa y el buen vino y que vivía a costa de la credulidad del pueblo.
El obispo Rústico mandó llamar a Goar. El santo compareció obedientemente y fue acusado de hipocresía, de brujería y de otros crímenes. No sabemos exactamente cómo consiguió probar su inocencia; según la leyenda, Dios hizo que un niño de tres años saliese en defensa de Goar y revelase la mala vida que llevaba el obispo. El pueblo se indignó contra el prelado, y Sigeberto I, rey de Austrasia, al enterarse de lo ocurrido, mandó llamar a san Goar a Metz. La modestia e inocencia del ermitaño impresionaron profundamente al monarca, quien depuso a Rústico de la sede episcopal y propuso sustituirle con Goar. Pero la idea de ser obispo produjo en el santo tal impresión, que cayó enfermo y pidió al rey que le dejase reflexionar algún tiempo. La muerte le sorprendió poco después en su ermita, antes de que hubiese dado su respuesta definitiva.
La ermita se convirtió en un sitio de peregrinación. En ese sitio se halla actualmente el pueblecito de San Goar y una iglesia dedicada a su nombre. La curiosa leyenda de San Goar, en la forma en que ha llegado hasta nosotros, data probablemente de una fecha anterior al año 768. Sin embargo, no es posible considerarla como histórica. En la época de los reyes Childeberto y Sigeberto I, no hubo ningún obispo de Tréveris que se llamase Rústico. Como puede verse, el elogio del Martirologio actual recoge de las tradiciones los aspectos menos espectaculares pero más verosímiles: «...construyó un hospital y un oratorio para recibir a los peregrinos y proveer a la salvación de sus almas».
B. Krusch hizo una edición crítica del texto primitivo de la leyenda, escrito en latín bárbaro: MGH., Scriptores Merov., vol. IV, pp. 402-423. En Acta Sanctorum, julio, vol. II, hay una recensión más legible. Véase también a J. Depoin, La légende de S. Goar, en Revue des Etudes historiques, vol. LXXV (1909), pp. 369-385.