San Germán era hijo de un senador de Constantinopla. Después de su ordenación sacerdotal ejerció, durante algún tiempo, un cargo en la iglesia metropolitana; pero, a la muerte de su padre, fue elegido obispo de Cízico, aunque no sabemos exactamente la fecha. Nicéforo y Teófanes afirman que no se opuso abiertamente a la divulgación de la herejía monotelita por parte del emperador Filípico; pero esto cuadra mal con la actitud posterior del santo respecto de la herejía, y con las alabanzas que le tributó el segundo Concilio Ecuménico de Nicea, el año 787. Durante el reinado de Anastasio II, San Germán fue trasladado de Cízico a la sede de Constantinopla. Un año después, convocó un sínodo de cien obispos, que definió la doctrina católica frente a la herejía monotelita, que suprimía en Jesús su voluntad humana.
El año 717, San Germán coronó en Santa Sofía al emperador León el Isáurico, quien juró solemnemente defender la fe católica. Diez años más tarde, cuando el emperador empezó a favorecer a los iconoclastas y se opuso a la veneración de las imágenes, san Germán le recordó su juramento. No obstante, León el Isáurico promulgó un decreto por el que prohibió el culto público a las imágenes y mandó que éstas fuesen colocadas de tal modo que el pueblo no pudiese besarlas. Poco después, con un decreto más drástico, ordenó la destrucción de las sagradas imágenes. El patriarca, que era ya muy anciano, predicó sin temor en defensa de las imágenes y escribió para recordar la tradición cristiana a los obispos que se inclinaban a favorecer a los iconoclastas. En una carta al obispo Tomás de Claudiópolis, decía: «Las imágenes son la concretización de la historia y no tienen más fin que el de dar gloria al Padre celestial. Quien venera las imágenes de Jesucristo, no adora la forma de la madera, sino que rinde homenaje al Dios invisible que está en el seno del Padre; a Él es a quien adora en espíritu y en verdad». El papa san Gregorio II respondió a san Germán con una carta que se conserva todavía, en la que le felicita por el valor con que había defendido la doctrina y la tradición católicas.
León el Isáurico hizo cuanto pudo por ganar para su causa al anciano patriarca, hasta que, al ver que todos sus esfuerzos resultaban inútiles, obligó a renunciar a san Germán, el año 730. El santo se retiró entonces a la casa paterna, donde pasó el resto de su vida apegado a las reglas monacales y preparándose para la muerte. Fue a recibir el premio celestial cuando tenía ya más de noventa años. La mayor parte de sus escritos se han perdido. El más famoso de ellos es una defensa de san Gregorio de Nissa contra los origenistas. Baronio dice que los escritos de san Germán eran como un faro que iluminaba a toda la Iglesia.
A. Papadópulos Kerameus editó en 1881 una biografía medieval de san Germán, escrita en griego; pero se trata de un documento sin valor. Por ejemplo, el autor de esa biografía cuenta que el patriarca, huyendo de la ira de León el Isáurico, se refugió en un convento de religiosas en Cízico y que, con el hábito de las monjas parecía realmente una viejecita; ahora bien, esto es muy poco verosímil, teniendo en cuenta que todos los obispos de oriente se dejaban crecer la barba. La mejor fuente de información es la colección de cartas de la época y las actas de los concilios. En Dictionnaire de Théologie Catholique, vol. VI (1920), ce. 1300-1309, hay un excelente artículo sobre san Germán, con una bibliografía muy abundante; ver también Bardenhewer, Geschichte der altkirchlichen Literatur, vol. v, pp. 48-51, y Hefele-Leclercq, Histoire des Conciles, vol. ni, pp. 599 ss.