San Luis Gabriel Taurino Dufresse, martirizado en 1815, fue uno de los misioneros más eficaces de la Sociedad de las Misiones Extranjeras de París. Llegó a China a los veintiséis años, ya ordenado sacerdote. Trabajó siete años en la provincia de Szechuan. En 1785 fue denunciado y tuvo que ocultarse, con lo que logró esquivar durante algunos meses a los perseguidores; pero acabó por entregarse voluntariamente a las autoridades, por temor de que las investigaciones que se hacían para encontrarle pudiesen llevar a la captura de algún otro misionero. Inmediatamente fue enviado a la prisión de Pekín y a poco se le puso en libertad para deportarle, con otros prisioneros, a Manila, donde permaneció cuatro años. Volvió a Szechuan, acompañando al vicario apostólico, Mons. de Saint-Martín. En 1800, fue consagrado obispo titular de Tabraca, como auxiliar del vicario apostólico, y al año siguiente le sucedió en el cargo. La persecución amainó durante algún tiempo, y Mons. Taurino Dufresse administró celosamente su distrito. Como había ya cuarenta mil convertidos y esto exigía una reorganización completa de la misión, se reunió un sínodo en 1803. En 1811 se decretó de nuevo la persecución contra los predicadores extranjeros. En Pekín sólo se encontraban siete, tres de los cuales trabajaban en el observatorio (los misioneros habían aprovechado la ocasión para introducirse, mediante los conocimientos de los europeos en materia de matemáticas y astronomía). Pronto la persecución se extendió a las provincias, y en Szechuan se desató con mayor violencia que nunca. El 28 de mayo de 1815, Mons. Dufresse fue entregado y llevado prisionero a Chin-tai, capital de la provincia.
Debe hacerse notar que los mandarines locales trataron sin brutalidades y aun con cierta consideración al venerable obispo, que tenía entonces sesenta y cuatro años. Le devolvieron sus libros y le permitieron hablar libremente en su defensa, lo que el obispo aprovechó para hacer una vibrante apología del cristianismo que conmovió a todos los presentes. Le sometieron a pocos interrogatorios en un clima de serenidad, y los jueces escucharon cortésmente las respuestas del obispo. Sin duda que el carácter y las obras del santo les predispusieron en su favor. El 14 de septiembre compareció ante el gobernador, quien le condenó a morir decapitado. Según la ley, el emperador tenía que confirmar la sentencia, pero el gobernador hizo caso omiso de la ordenanza y mandó que se procediera inmediatamente a la ejecución para escarmiento de los cristianos. Sin embargo, la conducta y las palabras de san Luis Gabriel produjeron entre estos un efecto contrario al deseado: cuando el obispo les bendijo por última vez, todos los prisioneros cristianos afirmaron su resolución de morir por Jesucristo, como lo hicieron en efecto muchos de ellos. Ejecutada la sentencia, la cabeza del mártir fue clavada en una pica y expuesta al escarnio público, junto con su cuerpo, como un aviso a los cristianos; pero estos montaron valientemente una guardia constante junto a los restos del mártir durante ocho días, y les dieron sepultura, en cuanto el gobernador lo permitió.
Pequeña biografía extraida de uno de los artículos dedicados a loa mártires de China (allí se habla de beatos, naturalmente, ya que aun no habían sido canonizados) en el Butler-Guinea; en este caso, el correspondiente al 17 de febrero, donde se puede consultar la bibliografía general.