Los biógrafos del primer obispo de Quebec no podrán nunca agotar el estudio de los aspectos de su rica personalidad. Monseñor de Laval fue a la vez un administrador capaz, un misionero de corazón ardiente, un hombre digno y humilde, un místico heroico y discreto. Tan solo pensemos que pasó cincuenta años en Quebec, haciendo frente a miles de dificultades y pruebas, conservando siempre una serenidad impresionante. Su vida es una verdadera epopeya, al igual que la de muchos fundadores de la Iglesia canadiense. Fue amigo de grandes y pequeños, de los nativos y de los franceses.
Sus padres eran ambos de abolengo. Su padre era descendiente del barón de Montmorency, contemporáneo de Hugo Capeto, rey de Francia, fundador de la dinastía de los Capetos. Francisco tuvo seis hermanos y hermanas; a los 24 años, fue ordenado sacerdote, el 1 de mayo de 1647, hace 350 años. Fue consagrado obispo el día de la Inmaculada Concepción, 8 de diciembre de 1658. Se preparaba para trasladarse a las misiones de Tonkín, cuando le informaron que los jesuitas de Quebec lo requerían. El rey Luis XIV envió una solicitud al Santo Padre, diciéndole: «Deseamos que el Señor de Laval, obispo de Petra, sea nombrado». El nombramiento desencadenó toda clase de querellas en el clero local, pero la reina madre, Ana de Austria, ratificó la nominación escribiendo al Gobernador de Quebec: «Es mi firme intención y la de mi hijo, que Monseñor de Laval ejerza el gobierno episcopal con la exclusión de todos los demás». Ella obligó al gobernador de Quebec a hacer regresar a Francia a quien quisiera oponerse a su autoridad. Monseñor de Laval arregló sus asuntos de familia, renunció a su señorío y a su derecho de primogenitura en favor de su hermano menor, Jean-Louis. Su padre ya había muerto y su madre murió el año de su partida.
El barco salió de La Rochela el día de Pascua de 1659 y llegó a Quebec el 16 de junio del mismo año. Toda la colonia estaba congregada en el malecón, al igual que muchos nativos; la ciudad se hizo eco del alborozo, del doblar de las campanas y del estrépito de los cañones del fuerte. El mismo día, Monseñor de Laval bautizó un niño hurón y fue a la cabaña de un moribundo para administrarle los últimos sacramentos. Más tarde bautizó al jefe de los iroqueses, Garagonthié. Tan pronto como desembarcó en Quebec, el obispo constató los efectos desastrosos de la bebida entre los indígenas dado el alto consumo de alcohol. Estas bebidas alcohólicas eran importadas de Francia y les eran dadas a cambio de pieles. Monseñor de Laval se opuso: Los comerciantes, furiosos, levantaron la población contra el obispo. No pudiendo hacer disminuir o frenar este comercio, -que daba lugar a peleas, a asesinatos, y a la división de las familias-, el obispo asesta un duro golpe: excomulgó a los cristianos que seguían este comercio. Él deberá enfrentar la ira de los notables e incluso de algunos gobernadores. María de Encarnación escribía a su hijo Dom Claude Martin, benedictino, comentándole al respecto: «Monseñor, nuestro prelado, es muy celoso con lo que cree aumentar la gloria de Dios. Pensó que moriría de pena por esto, pero lo vemos en seco a pie». ¡Esta lucha contra la venta de bebidas alcohólicas destiladas durará veinte años! Por último, en 1679, monseñor de Laval obtendrá del rey Luis XIV la prohibición de la venta de alcohol a los nativos. ¡Una larga y agotadora batalla terminaba... por el momento!
En Quebec, hace mucho frío durante el invierno. Grandes chimeneas de mampostería se instalan en medio de las iglesias, muchas de las cuales fueron presa del fuego. Dos veces, la nueva basílica de Quebec ardió... pero el aguerrido obispo la reconstruyó, con el trabajo ingente de la población, en calidad de servicios al rey. Monseñor de Laval trabajó principalmente en la organización de la vida religiosa y en la construcción de escuelas. Su extensa diócesis se extiendia desde Quebec y Acadia hasta Luisiana, que era posesión francesa en aquel entonces. Llevó a cabo numerosas visitas extenuantes, que eran necesarias para construir la iglesia en Canadá en la fuerza y la unidad de vida de la parroquia, de la escuela y de la familia. El seminario de Quebec fue el primero en formar escritores, pensadores, líderes políticos y religiosos que lucharán por los derechos del país después de la conquista inglesa. Después de 1760, las parroquias seguirán todavía en pie, agrupados alrededor de su pastor, como había enseñado el obispo de Quebec. Esto le hace merecer el título de «Padre de la Patria».
El hermano Housssart, al morir Monseñor de Laval el 6 de mayo de 1708, reveló la elevación espiritual y mística de aquel a quien sirvió, consagrando a su memoria la publicación de un libro. Durante los últimos años de su vida, el obispo de Quebec padeció grandes quebrantos de salud que se habían convertido en una incapacidad física importante, principalmente para sus viajes misioneros: «Le hemos visto hacer largas peregrinaciones a pie, sin dinero, pidiendo su pan y ocultando su nombre. Quería imitar a los primeros apóstoles de la iglesia primitiva, y daba gracias a Dios por tener algo que sufrir por su amor». El infatigable obispo recorre sin descanso, en invierno y en verano, su inmenso Vicariato. En el San Lorenzo, montado en una barca frágil, en la que él mismo rema, o en invierno, con la "capilla" en las espaldas, se aventura hasta Montreal caminando con raquetas, siendo a menudo sorprendido por los vientos y la nieve. Visita los enfermos en el Hôtel-Dieu de Quebec y los sana, los aliena y los ayuda hasta su muerte. Este descendiente del primer barón de Francia se dirige solo a la iglesia todos los días a las 4 de la mañana. Como un sacristán, abre la puerta, toca las campanas, y prepara el altar para celebrar la misa a las 4 y 30. ¡Dicen que él celebraba su misa como un ángel! Y en su pobre habitación del Seminario, duerme en las tablas, poniendo debajo de su cama el colchón que el hermano Houssart le ha prestado.
Al morir, Monseñor de Laval no tenía nada: había dado todos sus bienes a los pobres. El papa Juan Pablo II lo ha beatificado en 1980, tras el estudio de un importante expediente de los milagros y favores obtenidos por su intercesión. El papa Francisco, por un decreto de «canonización equivalente», lo inscribió en 2014 en el catálogo de santos y extendió su culto a la Iglesia universal.
Tomado de la web del «Centre d'animation François de Laval», que a su vez remite como fuente a la revista Notre Dame du Cap, número de junio-julio de 1997; artículo de Lucie Bélinge, traducido al español por Sergio Moreno-Brand. Hay allí mismo abundante material, especialmente en inglés y francés, acerca del beato.