Cuando se critica (con buenos motivos en muchos casos) el "giro constantiniano", por el cual la Iglesia, especialmente en el Oriente, queda ligada al poder imperial, no debe omitirse que esto fue también fuente de sufrimiento para la fe, y que las cosas, antes como ahora, no fueron fáciles para aquellos que querían mantenerse en la fidelidad esencial al Evangelio. Al respecto es muy aleccionador todo el período que tuvo como centro al campeón de la fe nicena, san Atanasio, no menos protegido por los emperadores cuando creían que podía convenirles, cuanto fustigado y duramente perseguido por ellos mismos. En uno de sus varios exilios, fue nombrado para sustituirle en la sede de Alejandría el obispo arriano Jorge, de tan injusta actuación, que ni siquiera sostenido por el emperador pudo permanecer en el cargo por demasiado tiempo.
Ya celebramos hace unos días a los mártires de Alejandría que provocó el sucesor arriano de Atanasio en el exilio anterior del gran obispo; en este caso, la llegada del obispo Jorge en el año 356 provocó una nueva "purga" de los partidarios de Atanasio, esta vez con una violencia aun mayor. Conocemos algunos episodios de esta persecución gracias, precisamente, a la obra "Historia de los Arrianos", del propio Atanasio. En el capítulo 60 nos cuenta:
«Imitando las salvajes prácticas de los Escitas, se apoderaron del subdiácono Eutiquio, un hombre que había servido honorablemente a la Iglesia, y habiéndole causado heridas en la espalda con un látigo de cuero, casi al punto de muerte, lo obligaron a marchar hacia las minas; y no a cualquier mina, sino a las de Phano, que incluso para los asesinos condenados a muerte son tan duras, que no resisten muchos días. Y cuánto sería de irracional su conducta, que no permitieron ni siquiera que pasaran unas horas antes de que pudiera vestirse, sino que lo enviaron inmediatamente, diciendo: "si lo conseguimos, todos los demás hombres nos temerán, y se pasarán a nuestro partido". Después de un breve intervalo, sin embargo, le fue imposible continuar el viaje hacia la mina a causa de sus heridas, y murió en el camino. Pereció alegre de haber merecido la gloria del martirio.»
Hay un artículo en Acta Sanctorum, marzo, III, pág. 620-621, que reseña el entorno histórico y discute detalles de la inscripción en los martirologios; la fuente primera y directa, sin embargo, es la "Historia de los Arrianos", de San Atanasio, parte VII, cap. 60, de la que hay versión en inglés en New Advent.