Cuando Cartago fue asolada por los vándalos, en el 439, los arrianos expulsaron al obispo Quodvultdeus y lo abandonaron, junto con la mayor parte de sus clérigos, en un barco inundado para que muriera. Sin embargo, la nave llegó con bien a Nápoles. Después de catorce años, durante los cuales Cartago permaneció sin pastor, Genserico, a instancias de Valentiniano, permitió la consagración de otro obispo. Fue este un sacerdote llamado Deogracias quien, con su ejemplo y doctrina, fortaleció la fe de su pueblo y logró ganarse el respeto, tanto de paganos, como de arrianos.
Dos años después de la consagración del obispo, Genserico saqueó Roma y volvió al África con gran cantidad de cautivos. Estos infortunados fueron distribuidos entre los vándalos y los habitantes de la Mauritania, con absoluta arbitrariedad; los esposos fueron separados de sus mujeres y los padres, de sus hijos. Para rescatarlos, Deogracias vendió lo cálices de oro y plata y los ornamentos del altar, hasta que logró redimir a gran número de familias. Como no había en Cartago casas suficientes para acomodarlas, el obispo cedió un par de iglesias grandes, las acondicionó con lechos y organizó un reparto diario de comida. Algunos de los espíritus más ruines entre los arrianos, resintieron su actividad y le acechaban para matarle, pero los planes fracasaron.
Consumido por sus esfuerzos, sin embargo, Deogracias murió después de un episcopado de poco más de tres años y fue profundamente llorado por sus fieles y por los exilados, que habían encontrado en él un gran protector. Los cartagineses cristianos habrían despedazado su cuerpo para guardar reliquias, pero fue enterrado secretamente mientras se cantaban las oraciones públicas y así se evitó su profanación.
Víctor, obispo de Vita, en su Historia Persecutionis Vandalicae, es la autoridad principal para lo que conocemos de san Deogracias. Véase Acta Sanctorum, marzo, vol. III, pág 384.