El fundador de los dos célebres albergues, del «Gran San Bernardo» y del «Pequeño Snn Bernardo», que han salvado la vida a tantos viajeros en los Alpes, merece la gratitud de la posteridad. Por ello es extraño que el estudio crítico de las biografías claramente legendarias del santo no se haya emprendido sino hasta muy recientemente. Con frecuencia se le llama Bernardo de Menthon, porque, según la leyenda, había nacido en Saboya y era hijo del conde Ricardo de Menthon y de su esposa, que pertenecía a la familia Duyn. Pero lo más probable es que Bernardo haya nacido en Italia. No sabemos nada sobre su familia. En cuanto a la historia donde se cuenta que el santo huyó poco antes de contraer matrimonio, se trata, casi, seguramente, de una simple invención. Se dice que, después de recibir las órdenes sagradas, Bernardo fue nombrado vicario general de la diócesis de Aosta. Durante cuarenta y dos años recorrió toda la región; llegó hasta los más remotos valles de los Alpes, donde quedaban los últimos restos de superstición y paganismo, y su trabajo de evangelización se extendió más allá de su jurisdicción, hasta las diócesis de Novara, Tarantaise y Ginebra. En el territorio de su jurisdicción el santo fundó escuelas, restableció la disciplina entre el clero e insistió en la limpieza y buen cuidado de las iglesias. San Bernardo ayudaba a todos los necesitados, pero particularmente a los viajeros, generalmente peregrinos franceses y alemanes que iban a Roma, al cruzar los Alpes por los dos puertos del territorio de Aosta. Algunos se extraviaban y perecían de frío, otros morían arrastrados por los aludes y, los que escapaban a las inclemencias del tiempo, caían víctimas de bandoleros que les robaban cuando no los raptaban para pedir rescate. Con la ayuda del obispo y de otras almas caritativas, san Bernardo construyó en la cumbre los dos albergues que más tarde recibieron los tradicionales nombres en su honor.
San Bernardo no fue el primero en construir albergues en los Alpes. Se sabe que, en el siglo IX, había en Mons Jovis (Montjoux) un albergue atendido por el clero; pero había desaparecido desde tiempo atrás. En los dos albergues que construyó san Bernardo, se recibía a todos los viajeros, sin discriminación alguna. Al principio estaban atendidos por clérigos y laicos. Más tarde se encargaron de ellos los Canónigos Regulares de San Agustín, para quienes se construyó un monasterio en las cercanías. Dicha orden sigue encargada de los albergues en nuestros días. La afluencia de viajeros hizo pronto famoso el nombre de san Bernardo, y muchos personajes importantes visitaron los albergues y contribuyeron con generosos donativos. En alguna época de su vida, san Bernardo fue a Roma, donde, según se dice, obtuvo del Papa una aprobación formal de los albergues y el privilegio de recibir novicios para perpetuar su congregación. El santo vivió hasta los ochenta y cinco años de edad y murió, probablemente, el 28 de mayo de 1081, en el monasterio de San Lorenzo de Novara.
En Acta Sanctorum, junio, vol. III, además de otros documentos, hay una biografía de san Bernardo, que se atribuye a su contemporáneo Ricardo, archidiácono de Aosta. Pero en realidad todos esos documentos son posteriores, y las leyendas que relatan no merecen crédito alguno. En particular, la biografía atribuida a Ricardo es un zurcido de fábulas que defienden la tradición saboyana contra la italiana. Parece que está probado que san Bernardo no murió en 1008 sino en 1081. La fecha de la muerte del santo se halla confirmada por el texto publicado en la Biblioteca de la Societa Storica Subalpina, vol. XVII (1903), pp. 291-312; se trata probablemente del texto más antiguo que existe sobre el santo; en él se narra el encuentro de Bernardo con el emperador Enrique IV en Pavía, en 1081. Ver también Mons. Duc, en Miscellanea di Storia Italiana, vol. XXXI (1894), pp. 341-388. Otros autores fijan la muerte del santo en fechas diferentes; así, Gonthier, Oeuvres historigues, sostiene que San Bernardo murió en 1086. Henri Ghéon, en su obra teatral La merveilleuse histoire du jeune Bernard de Menthon, resucitó la forma primitiva de la leyenda de san Bernardo, que había constituido ya el tema de varios misterios medievales. En 1923, el Papa Pío XI, en una carta latina de singular elocuencia, proclamó a san Bernardo patrono de los alpinistas; el texto se halla en Acta Apostolicae Sedis, vol. XV (1923), pp. 437-442.