San Attalo, originario de Borgoña, pasó su juventud con Aregio, obispo de Gap, a quien sus padres le habían confiado. Sintiendo que sus progresos en la virtud no correspondían a sus éxitos en el estudio de las letras profanas, Attalo ingresó en el monasterio de Lérins. Sin embargo, más tarde decidió buscar una comunidad aún más estricta. En el célebre monasterio de Luxeuil, fundado por san Columbano en el antiguo pueblo romano de Luxovium, Attalo encontró toda la austeridad que pudiera desear y pronto llegó a ser el discípulo predilecto de san Columbano, quien vio en él a un alma gemela y se esforzó por guiarle a la más alta perfección. Cuando Teodorico, rey de Austrasia, desterró de Francia a san Columbano y a todos los monjes irlandeses, Attalo partió con el santo abad. En Lombardía, el rey Aguilulfo les asignó un solitario rincón de los Apeninos para que fundasen el monasterio de Bobbio. Para entonces, san Columbano tenía ya setenta años de edad. Como sólo vivió un año más, hay que atribuir gran parte de la gloria de haber fundado el famoso monasterio a san Attalo, quien le sucedió en el cargo de abad el año 615. El nuevo superior tuvo que enfrentarse con muchas dificultades, particularmente con la deslealtad de sus monjes, quienes, inmediatamente después de la muerte de san Columbano, empezaron a murmurar contra la severidad de la regla y se rebelaron.
San Attalo, como san Columbano, luchó largo tiempo contra el arrianismo, que había invadido los alrededores de Milán. Dios le había concedido el don de curar a los enfermos; su biógrafo, Jonás el Escocés, presenció algunas de las curaciones milagrosas que hizo. Cincuenta días antes de su muerte, san Attalo recibió aviso del cielo de prepararse para un largo viaje. No sabiendo si se trataba de una expedición al extranjero o del paso a la eternidad, el abad puso en orden los asuntos del monasterio y se preparó como si fuese a partir. Cuando la fiebre empezó a dejarse sentir, san Attalo comprendió que el aviso del cielo se refería a su muerte. La enfermedad se agravó y el santo pidió que le colocasen fuera de su celda, junto a la cruz que se levantaba ante la puerta y que él había tocado siempre al entrar y al salir. Como quisiese estar solo unos momentos, todos se alejaron, excepto Bliomondo (más tarde abad de Saint-Valéry), quien solamente se retiró un poco, por si el santo necesitaba de su ayuda. San Attalo dio gracias a Dios con muchas lágrimas; después vio el cielo abierto y se quedó contemplándolo varias horas. Más tarde, los monjes le introdujeron de nuevo en la celda. El santo murió al día siguiente y fue sepultado en Bobbio, junto a su maestro san Columbano. Posteriormente, se colocó en la misma tumba el cuerpo de san Bertulfo, su sucesor, y los tres varones de Dios fueron venerados conjuntamente.
Ver Mabillon, vol. II, pp. 115-118. La corta biografía de san Attalo escrita por su contemporáneo y discípulo Jonás puede leerse en Acta Sanctorum (marzo, vol. II) y en Migne, PL., vol. LXXXVII, cc. 1055-1062. Pero la mejor edición es la de B. Krusch, en Monumenta Germaniae Historica, Script. merov., vol. IV, pp. 113-119.