La primera mitad del siglo XVI, antes del Concilio de Trento, fue uno de los períodos más tristes en la historia de la Iglesia, por la gran decadencia en la que estaba sumida, pero también produjo algunas figuras de extraordinaria santidad y belleza, como la de Antonio María Zaccaria que puede contarse entre las más nobles. El santo nació en Cremona, en 1502. Su padre murió cuando Antonio era todavía muy joven. Su madre suplió con su cariño esa temprana pérdida y se dedicó a fomentar la gran compasión que su hijo mostraba hacia los pobres. Al terminar sus estudios de medicina en la Universidad de Padua, a los veintidós años, Antonio volvió a ejercer en su ciudad natal. Pronto comprendió que su vocación consistía en cuidar tanto las almas como los cuerpos y se consagró seriamente al estudio de la teología, sin dejar por ello de ejercer su profesión, de ayudar espiritualmenle a los moribundos, de enseñar la doctrina cristiana a los jóvenes y de servir a todos. En 1528, recibió la ordenación sacerdotal y así pudo hacer tanto bien corporal como espiritual de manera que sus superiores le instaron a trasladarse a la ciudad de Milán, que le ofrecía un campo de trabajo más extenso.
En Milán Antonio ingresó en la cofradía de la «Eterna Sabiduría», donde encontró a otras personas que compartían sus ideales. Entre ellas se contaba la condesa de Guastalla, Luisa Torelli, quien, bajo la dirección del santo, fundó la congregación femenina de las Angelicales. El fin de dicha congregación consistía en proteger y socorrer a las jóvenes que se hallaban en peligro o habían caído en el vicio. Las Angelicales prestaron valioso auxilio al santo en todas sus empresas de caridad. En 1530, el P. Zaccaria y otros dos sacerdotes, el Ven. Bartolomé Ferrari y el Ven. Jacobo Morigia, decidieron fundar una asociación de clérigos regulares (es decir, sacerdotes obligados con voto a seguir una regla, pero que no eran frailes ni monjes). El fin de dicha asociación debía ser «revivir y reavivar el amor por los oficios litúrgicos y promover la vida cristiana mediante la predicación y la administración de los sacramentos». La asociación constaba al principio de cinco miembros, que predicaban así en las iglesias como en las calles, sobre la Pasión del Señor y sobre la muerte. San Antonio hacía sonar las campanas todos los viernes para recordar al pueblo las postrimerías.
En tanto que Lutero atacaba las verdades de la fe y las iniquidades del clero, mientras el pueblo sufría corporalmente por las guerras que asolaban Italia y espiritualmente por el abandono del clero, la pequeña asociación del P. Zaccaria trabajaba heroicamente por reformar la Iglesia desde el interior, reavivando el espíritu cristiano y el celo por las almas en el clero, y administrando los sacramentos a los fieles. Los miembros de la asociación asistieron a los milaneses durante una epidemia de peste y les supieron infundir tal vigor espiritual, que el Papa Clemente VII aprobó, en 1533, la nueva congregación de Clérigos Regulares de San Pablo. El fundador fue el primer superior general; pero tres años después, cedió el cargo al P. Morigia y se trasladó a trabajar en Vicenza. Según se dice, introdujo en dicha ciudad la costumbre milanesa de exponer el Santísimo Sacramento durante tres días seguidos.
Un año antes de su muerte, san Antonio obtuvo para su congregación la iglesia de San Bernabé, en Milán; por ello se llama «Barnabitas» a los Clérigos Regulares de San Pablo. El santo cayó enfermo durante una misión en Guastalla. Gastado por las mortificaciones y el trabajo, no pudo resistir a la enfermedad y murió en Cremona, en la casa de su madre, a los treinta y siete años de edad. Fue canonizado en 1897 por el Papa León XIII. Los barnabitas lograron superar las serias dificultades de los comienzos, pero nunca han formado una congregación muy numerosa. En nuestros días trabajan todavía modestamente en los suburbios de las grandes ciudades. Dondequiera que hay un barnabita hay una obra educativa. Siguiendo el ejemplo de su fundador, los barnabitas predican el Evangelio, haciendo especial referencia a las epístolas de San Pablo.
Véase P. A. Dubois, Antoine Marie Zaccharia (1890); F. T. Moltedo, Vita di S. Antonio María Zaccaria (1897); y O. M. Premoli, Le lettere e lo spirito religioso di S. Antonio Zurearía (1909), y Storia dei Barnabiti nel cinquecento (1913). El web de la Orden en España tiene apuntes biográficos sobre el santo, la fundación y acceso a los escritos y la regla. Cuadro: «San Pablo da la Regla de la Orden a san Antonio María, Juan Antonio Morigia y Bartolomé Ferrari», en el convento de la Orden en Milán.