Ningún hombre de Iglesia en la España del siglo dieciséis puso mayor entusiasmo y realizó con mayor eficacia la tarea de mantener en alto nivel la devoción y el espíritu de mortificación entre los aristócratas, que este fraile agustino, Alfonso o Alonso de Orozco. Nació en la localidad de Oropesa, diócesis de Avila, en el año 1500, y a la temprana edad de seis años se le puso en la cabeza la idea de ser sacerdote. Estudió en Talavera y en Toledo, de donde pasó a la universidad de Salamanca, donde escuchó las conferencias y los sermones de santo Tomás de Villanueva. Por él se sintió atraído hacia la vida religiosa, particularmente entre los Ermitaños de San Agustín y, al cumplir los veintidós años, tomó el hábito en esa orden.
Durante treinta años, a partir del día de su profesión, Fray Alfonso se entregó en cuerpo y alma a la enseñanza, la predicación y otras actividades de su apostolado. Su profundo conocimiento del alma humana y su evidente bondad, le hicieron muy solicitado como confesor. En cuatro ocasiones, fue prior de otras tantas casas de agustinos y luego, en 1554, se hizo cargo del priorato de los agustinos en la ciudad real de Valladolid. Dos años más tarde, fue nombrado predicador de la corte y en seguida comenzó a ejercer su benéfica influencia sobre la nobleza. Atraía a los nobles a la iglesia, tanto por la elocuencia de sus sermones como por la calidad exquisita de su música, a la que era muy afecto y en la que destacaba por su destreza. En 1561, el rey Felipe II estableció su corte en Madrid y Fray Alfonso le siguió. Tuvo su celda en el convento de San Felipe el Real, donde vivió con gran austeridad y sencillez, en agudo contraste con el lujo y esplendor de las funciones oficiales que estaba obligado a desempeñar.
En años anteriores, cuando Fray Alfonso había sido prior en la casa de agustinos en Sevilla, tuvo una visión de Nuestra Señora, quien le recomendó que usase la pluma para la gloria de Dios y la salvación de las almas. De ahí en adelante, el fraile obedeció con mucha aplicación, de manera que cada año terminaba un libro sobre la propia Virgen Santísima, aparte de sus tratados espirituales, tan numerosos que comprenden siete grandes volúmenes y le colocan en las filas de los más reputados místicos españoles del siglo dieciséis. Por mandato de sus superiores, escribió también un relato sobre sus propias experiencias religiosas que llamó, a riesgo de pecar por falta de humildad, corno él mismo dice, sus «Confesiones». Durante treinta años realizó el trabajo de mantener la vida cristiana en su más alto nivel entre la nobleza y la gentilidad, así como entre la servidumbre de la corte española; todos acudían a escuchar sus sermones o a postrarse de hinojos en su confesionario, leían sus obras y cuando murió, a la edad de noventa y un años, todos siguieron al féretro hasta el cementerio, con sincero llanto. Fray Alfonso de Orozco fue beatificado en 1881, y canonizado por Juan Pablo II el 19 de mayo de 2002.
La alta calidad literaria en los escritos del fraile agustino, así como su indudable atractivo hacia la devoción, le hicieron famoso y han conservado su memoria. En 1882, T. Cámara publicó un volumen titulado Vida y Escritos, en relación con el santo. Ver también a J. A. Fariña en Doctrina de Oración del Beato Alfonso (1927). En el sitio del Vaticano hay una semblanza, con motivo de la canonización. En AAS 95(2003), pág 377 se encunetra, en latín, el decreto de canonización, con una semblanza un poco más completa. La Biblioteca de Autores Cristianos ha comenzado en 2001 la edición de sus obras completas, de la que de momento hay un solo tomo.