Cuando la cristiandad de Comana del Ponto creció lo suficiente para tener un obispo propio, san Gregorio Taumaturgo, obispo de Neocesarea, fue allá a presidir la elección. El santo rechazó a todos los candidatos propuestos por el clero y por el pueblo, sobre todo a uno a quien se postulaba por su alcurnia y su riqueza, y recordó a los cristianos que los Apóstoles habían sido humildes hombres del pueblo. Entonces un bromista gritó: «¡Magnífico! Elijamos a Alejandro, el carbonero». San Gregorio, que sabía que el Espíritu Santo podía valerse de aquella observación sarcástica como de cualquier otro medio, mandó llamar a Alejandro, quien acudió con el rostro cubierto por el polvo de carbón. San Gregorio le dirigió una mirada que penetró bajo la suciedad y los andrajos. Llamándole aparte, le interrogó y así se enteró de que Alejandro era un hombre de buena cuna y mejor educación, que había renunciado a todo para seguir a Jesucristo. La tradición afirma que era «un filósofo muy erudito», aunque ello no significa probablemente sino que era un hombre prudente. Así pues, con el consentimiento de Alejandro, san Gregorio le propuso como candidato a la sede de Comana, el pueblo ratificó la elección, y el nuevo obispo fue consagrado. San Gregorio de Nissa, a quien debemos el relato del incidente, alaba mucho a san Alejandro como obispo y maestro. El santo murió mártir, quemado en una hoguera. Naturalmente, es el patrono de los carboneros.
Véase Acta Sanctorum, agosto, vol. II.