En el año de 1099, cuando los cruzados al mando de Godofredo de Bouillon establecieron el reino latino de Jerusalén, los jerarcas griegos fueron despedidos de sus principales sedes e iglesias y reemplazados por obispos de Occidente, cuyos únicos fieles se encontraban en las filas de los propios cruzados. De esta manera, hubo un «Patriarca Latino» en Jerualén, y es lamentable tener que decir de la mayoría de los prelados que ocuparon ese puesto, que su comportamiento fue tan equívoco como su posición. Por consiguiente, al morir el patriarca Michael, de triste memoria, los canónigos regulares del Santo Sepulcro, apoyados por el rey Amaury II de Lusignan, le pidieron al papa Inocencio III que enviase como sucesor a un prelado cuyas virtudes, destreza y energía fuesen ampliamente reconocidas. En consecuencia, dos años después de la muerte del patriarca Michael, llegó a Palestina a ocupar el difícil cargo, Alberto, obispo de Vercelli. El prelado pertenecía a una distinguida familia de Parma. Luego de realizar una brillante carrera de teología y leyes, ingresó como canónigo regular a la abadía de la Santa Cruz, en la ciudad lombarda de Montara. Cuando tenía más o menos treinta y cinco años, es decir en 1186, fue consagrado obispo de Bobbio y, casi inmediatamente, fue trasladado a la sede de Vercelli. Debido a su habilidad en la diplomacia y su honestidad a toda prueba, se le eligió para actuar como mediador entre el papa Clemente III y Federico Barbarroja. Poco tiempo después, Inocencio III le envió como legado al norte de Italia donde, gracias a sus buenos oficios, se restableció la paz entre Parma y Piacenza, en el año de 1199. El Papa no deseaba deshacerse de tan valioso elemento para mandarlo a Jerusalén y dio largas al asunto, pero a fin de cuentas aprobó la elección de los canónigos, invistió a Alberto con el palio y le dio el nombramiento adicional de legado pontificio en Palestina.
San Alberto partió de Italia en el año de 1205. Ya desde dieciocho años antes, los sarracenos habían reconquistado Jerusalén a los cruzados y la sede del patriarca latino se había trasladado a Akka (Tolemaida), donde el rey franco estableció su corte. En consecuencia, san Alberto fue a residir en Akka y, desde el primer momento, trabajó para conquistarse el respeto y la confianza, no sólo de los cristianos, sino también de los musulmanes, lo que no habían conseguido hacer sus antecesores. En su calidad de patriarca y delegado, desempeñó un papel muy destacado en la política eclesiástica y civil del levante; en un período de nueve años, tuvo que vérselas con infinidad de asuntos que pusieron a prueba su paciencia y su prudencia. En primer lugar, hizo frente de continuo al escabroso problema de mantener la paz entre los francos y los naturales del país; mas no fue por el cumplimiento de esa difícil tarea por lo que se distinguió sobremanera el ilustre prelado. Entre los años de 1205 y 1210, el beato Brocardo, prior de los ermitaños del Monte Carmelo, solicitó al patriarca que ordenara la vida monástica de los ermitaños, bajo una regla que acatarían él y sus súbditos. San Alberto respondió a la solicitud con un documento breve, pero absolutamente claro y conciso, de dieciséis «capítulos». Pedía la obediencia completa al superior elegido; una celda aparte para cada ermitaño, con un oratorio común; trabajo manual para todos, ayunos prolongados y perpetua abstinencia de carne, y observar a diario un período de silencio, desde vísperas hasta después de tercia. «Cada ermitaño debe permanecer en su celda o cerca de ella, entregado, día y noche, a la meditación de las leyes del Señor y dedicado a la oración, a menos que esté ocupado en alguna ocupación legítima», advierte el santo patriarca en su documento. Aquella regla fue confirmada por el papa Honorio III en 1226 y modificada por Inocencio IV, veinte años después. Cualquiera que haya sido el fundador de la orden de los carmelitas, no hay duda de que san Alberto, patriarca de Jerusalén, un canónigo agustino, fue su primer legislador.
Inocencio III llamó de Oriente a san Alberto para que asistiera al Concilio de Letrán, pero no le alcanzó el tiempo de su vida para tomar parte en la magna asamblea que se abrió en noviembre de 1215. Durante doce meses, trabajó afanosamente y con toda fidelidad para respaldar los vanos esfuerzos del papa encaminados a recuperar Jerusalén y, entonces, le llegó la muerte en forma inesperada y violenta. Poco tiempo antes, el patriarca se había visto obligado a despedir al director del Hospital del Espíritu Santo en Akka y, desde entonces, el hombre alimentó en su fuero interno un amargo rencor contra san Alberto. El día de la fiesta de la Exaltación de la Cruz de 1214, el patriarca encabezaba una procesión en la iglesia de la Santa Cruz, en Akka, cuando se le echó encima el expulsado director del hospital y le apuñaló hasta dejarle muerto en el mismo sitio del ataque. La festividad de San Alberto fue celebrada por los carmelitas desde 1411.
En Acta Sanctorum, abril, vol. I, se halla impresa una biografía abreviada de san Alberto con muy extensos prolegómenos. Véase también el Analeeta Ordinis Carmelitaruni Discalceatorum, vol. III (1926), pp. 212 y ss. B. Zimmerman proporciona otros datos en Monumenta Historica Carmelitarum. (1907), pp. 277 - 281. La regla redactada por San Alberto se halla impresa en dicha obra, pp. 20-144.