El primero era un anciano y el segundo un joven, ambos sacerdotes, y ambos condenados a muerte por ello. Sacados de la cárcel el 13 de abril de 1642, fueron llevados al lugar donde se alzaba el patíbulo, y a su vista, el joven Eduardo no pudo menos que conmoverse, pues el terror se adueñaba de su corazón; pero el anciano, al darse cuenta, le dirigió palabras de ánimo, que lograron serenar al joven. El anciano pidió y obtuvo que ejecutaran primero al joven para estar él animándolo. Cuando pusieron al muchacho la soga, el anciano le dijo: «¿Cómo va ese corazón, Catherick?», a lo que Eduardo respondió: «Muy bien, gracias a la ayuda de Dios y al ejemplo de usted». Esto sucedía en la ciudad de York, en el reinado de Carlos I, que quiso salvar o al menos hacer menos horrorosa la ejecución de ambos sacerdotes pero que no pudo, porque estaba ya él mismo en situación delicada.
Juan Lockwood era nativo del Yorkshire y había nacido en 1555. Había estudiado en el colegio inglés de Douai y luego en el de Roma y se había ordenado sacerdote en 1597. Vuelto a Inglaterra fue apresado y condenado a muerte, pero se le conmutó la pena por el destierro, del que clandestinamente volvió. Arrestado otra vez y otra vez condenado, pudo obtener la libertad. Siguió trabajando apostólicamente años y años hasta que en 1641 era arrestado, encarcelado, juzgado y condenado a muerte.
Eduardo Catherick era de Carlton y había nacido en 1605. Luego de estudiar en Douai, ya ordenado sacerdote volvió a Inglaterra en 1635 y pudo trabajar siete años, hasta que fue arrestado, encarcelado, juzgado y condenado a muerte. Ambos sacerdotes se encontraron en el calabozo. Contra ellos no hubo otra acusación que la de ser sacerdotes católicos. Fueron beatificados el 15 de diciembre de 1929.