Entre los Frailes Menores que eI propio san Francisco de Asís envió a España para que predicaran el Evangelio a los moros, figuraban el hermano Juan, sacerdote de Perugia y el hermano Pedro, un lego natural de Sassoferrato, en el Piceno. Aquellos dos frailes se establecieron en la ciudad aragonesa de Teruel, en dos celdas que construyeron cerca de la iglesia de San Bartolomé, donde vivieron durante algún tiempo, en retiro, a fin de prepararse para su apostolado. Su pobreza y su soledad les ganaron el afecto y la atención de las gentes del lugar, de manera que, cuando salieron a predicar, todos los escucharon y su misión produjo abundantes frutos. Una vez terminado su trabajo en Teruel, se trasladaron a Valencia, que se hallaba completamente dominada por los moros. En la ciudad, los dos frailes se ocultaron en una miserable vivienda vecina a la iglesia del Santo Sepulcro. Pero tan pronto como hicieron el intento de salir a predicar, los musulmanes cayeron sobre ellos. Los franciscanos fueron detenidos y llevados ante el emir. Este quiso saber qué asunto los había traído a Valencia, y fray Juan se encargó de explicarle, sencillamente, que sólo habían venido para convertir a los moros y apartarlos de los errores del Islam. Eso bastó para que el emir dejase en seguida a los reos ante la acostumbrada alternativa de renegar de su fe o morir y, como ellos eligieron la muerte, se les condenó a ser degollados. La sentencia se ejecutó sin pérdida de tiempo allí mismo, en los jardines del palacio del emir, mientras los mártires, de rodillas, oraban en voz alta por la conversión de sus perseguidores. La doble ejecución se llevó a cabo el 29 de agosto de 1231.
Siete años después, Jaime I el Conquistador, rey de Aragón, expulsó a los moros de Valencia, con la ayuda de sus mercenarios, y de acuerdo con los ruegos de los dos mártires, el emir se convirtió al cristianismo e hizo entrega de su palacio a los franciscanos para que instalasen allí un convento. Al hacer la donación, pronunció estas palabras que probaban la sinceridad de su arrepentimiento: «Mientras anduve errado por el camino de la infidelidad, maté a dos de vuestros hermanos que habían venido de Teruel a predicar el Evangelio; ahora os doy todo esto como reparación por mi crimen. Mi palacio, con todo lo que hay dentro, queda a vuestra disposición. Ocupadlo sin reparos, puesto que ya fue consagrado por la sangre de los mártires». Los restos mortales del beato Juan y del beato Pedro fueron sepultados en Teruel y, como se aseguraba que en sus tumbas se realizaban numerosos milagros, se edificó un santuario sobre el sepulcro, así como una iglesia a ellos dedicada en el nuevo convento franciscano de Valencia. Su culto fue confirmado en 1705.
La relación sobre el martirio de estos frailes franciscanos, se encuentra en Acta Sanctorum, agosto, vol. VI, donde se reproduce su historia, según la narró san Antonio de Florencia. En la Analecta Franciscana, vol. III, pp. 186-187, está impresa una narración más antigua que la anterior sobre el martirio de estos beatos. Véase también a Léon, en Auréole Seraphique (versión inglesa), vol. III, pp. 96-97.