Reginaldo fue el primero de los dominicos que pasó a mejor vida, después de santo Domingo, y a quien la Iglesia propuso a la veneración de los fieles. El beato vivió muy poco tiempo en religión. La tradición afirma que fue a él y no a santo Domingo a quien la Santísima Virgen se apareció y reveló su deseo de que los dominicos cambiasen la sobrepelliz de canónigos por el escapulario de lana blanca.
Reginaldo nació en 1183, en Saint-Gilles del Languedoc, no lejos de Arles. Fue, al parecer, un joven muy dotado, puesto que antes de ser nombrado deán del capítulo colegial de Saint-Aignan en Orléans, en 1212, había enseñado el derecho canónico en la Universidad de París, de 1206 a 1211. En 1218, hizo una peregrinación en la que pasó por Roma, donde encontró a santo Domingo y le reconoció como al guía espiritual que la Santísima Virgen le había señalado durante una grave enfermedad. Reginaldo le pidió que le admitiese como discípulo y santo Domingo accedió. Llegó a tener tanta confianza en él, que le nombró su vicario, cuando se ausentó a España. En el mismo año de 1218, Reginaldo fue a Bolonia y fundó el gran convento de su orden que ha estado siempre en relación con la Universidad de dicha ciudad. Pero ya para entonces estaba maduro para el cielo. Murió en París el l de febrero de 1220 y fue sepultado en Notre-Dame-des-Champs. Se cuenta que los fieles empezaron inmediatamente a venerarle en su sepulcro como a un santo y, por esa razón, el culto al beato Reginaldo fue confirmado en 1875.
Nuestra información sobre el Beato Reginaldo proviene de las crónicas primitivas de la Orden de Santo Domingo, como por ejemplo, la Vitae Fratrum de Gerardo de Frachet y el Liber Epilogorum de Bartolomé de Trento. Entre las obras modernas, citaremos las de E. C. Bayonne, T.A. Karr y A. Gardiel. Ver también Mortimer, Maitres Géneraux O.P., vol. I pp. 96-100 y 118-119, y Taurisano, Catalogus Hagiographicus O.P., p. 8.