El Martirologio Romano menciona el día 8 de febrero al "beato Pedro, llamado «Igneo» por haber pasado ileso por el fuego". Una notable descripción de este incidente se encuentra en una carta que parece ser auténtica, dirigida por los ciudadanos de Florencia al Papa Alejandro II, la cual el abad Atto ha consignado en su «Vida de San Juan Gualberto». En la epístola se trataba de la agitación popular que surgió por la introducción simoníaca de Pedro de Pavía en aquella sede; pedían que se mostrara el juicio de Dios, haciendo pasar a alguna persona la prueba del fuego. Los habitantes apelaron a los monjes de Valleumbrosa. Por mandato del abad, el monje Pedro, cuyo nombre de familia era el de Aldobrandini, intentó hacer la prueba. Estaban preparados dos grandes montones de leña, de 3 metros por 1.50 metros de ancho, y 1.30 cm. de alto, separados por un espacio de sólo 0.610 m. de ancho. Pedro ofreció la misa con gran devoción, mientras una multitud de cerca de tres mil personas allí congregadas rezaba fervorosamente. Estando la leña ya en plena combustión, Pedro se quitó la casulla, y quedándose en alba, manípulo y estola, dirigió una oración a Dios, en la cual suplicaba al Altísimo, que en testimonio de su aborrecimiento a la simonía, lo preservara incólume entre las llamas, como los tres jóvenes del Antiguo Testamento preservados en el horno de Babilonia. Entonces, «intrépido de espíritu y con rostro alegre, después de hacer la señal de la cruz y llevando un crucifijo en la mano, el monje, con majestuosa solemnidad, pasó por entre el fuego, sin recibir ningún daño ni en su cuerpo, ni en ninguna de las prendas que llevaba». Los escritores declaran que ante sus ojos las llamas parecían extender el alba, y que los pies de Pedro se hundían hasta los tobillos en las cenizas al rojo vivo, pero que ni siquiera el vello de sus piernas se había quemado. Habiendo hecho el recorrido, el monje se volvió, e iba sobre sus pasos, pero el pueblo no se lo permitió. Estaban satisfechos de que Dios hubiera hablado tan claramente. Poco tiempo después, por el fallo oficial del Papa Alejandro II, Pedro de Pavía fue destituido de la sede de Florencia. Por otro lado el monje Pedro, después de haber sido nombrado abad en otro monasterio, fue llamado a Roma, hecho cardenal, obispo de Albano por san Gregorio VII, y enviado como legado a las misiones de los estados italianos, a Francia y Alemania. Generalmente se admite que murió el 8 de febrero de 1089.
Respecto de estas ordalías (o juicio divino) por el fuego, hay innumerables historias, muchas de las cuales parecen basarse en pruebas dignas de confianza, de religiosos místicos de todas partes del mundo, especialmente del Lejano Oriente, que ejecutaron esta misma proeza. Andrew Lang ha coleccionado algunas de ellas en su Magic and Religión (pp. 270-294), pero hay muchas otras. Véanse también las páginas excelentes por J. F. Rinn en Sixty Years of Psychical Research (New York, 1950), pp. 582-585. Sobre el beato, véase el Kirchenlexikon, vol. IX, c. 1915; y de Mann The Lives of the Popes, vol. VI, p. 302, que señala que hay otra evidencia contemporánea corroborada por la carta de los florentinos. Un corto ensayo literario sobre la Vita e Gesta di S. Pietro ígneo, por I. M. Pieroni, se publicó en Prato en 1894. Parece muy probable que la prueba del fuego propuesta por Francesco di Puglia en el caso de Savonarola, que terminó en fracaso y trajo por resultado la caída del gran reformador, debe haber sido sugerida por el caso histórico de Pedro ígneo 400 años antes. La carta de los ciudadanos de Florencia se ha publicado muchas veces; puede encontrarse en Migne, PL., vol. CXLVI, cc. 693-698, y en el Acta Sanctorum, julio, vol. III, pp. 353-359. Cf Benedicto XIV (Lambertini), De... beatificatione, vol. IV, II, 6.
Nota de ETF: aunque en muchos sitios (e incluso en la imagen que hemos conseguido) lo consignan como santo, el Martirologio habla de «beato». No parece haber ninguna confirmación oficial de culto.