Nacido en Noreña en 1911. Sus padres, naturales de allí, tuvieron 12 hijos, Manuel fue el séptimo. El padre era transportista y tenía un carro, además, trabajaban en el campo. Eran conocidos en la zona por compartir lo que tenían. En su casa, como labradores, había comida y los hermanos recuerdan a su madre decir siempre: “Esa comida que sobra para los pobres. No la tirar”. Y los vecinos, cuando veían a alguien pedir, los mandaban a aquella casa. Desde niño manifestó deseos de ir al Seminario, y en su casa se lo permitieron a los 14 años. Ingresó en Valdediós en 1926. Sus compañeros le llamaban “Noreña”, porque decían que era un enamorado de su tierra natal, la cual ensalzaba siempre. Después de octubre de 1934, el día 7 de cada mes hacía celebrar una misa en sufragio del alma de uno de los seminaristas mártires en aquella fecha. Logró librarse del 34 en casa de un primo, donde permaneció unos días. Su hermana Faustina recuerda que él mismo contaba que “Cuartas y todos esos que mataron habían sido muy valientes. Esos sí que tienen que estar en los altares”.
El comienzo de la guerra lo encontró en Noreña. Iba a marchar a León donde su amigo Máximo era natural, para celebrar allí su primera misa. Pero les descubrieron en 1937, estuvieron presos en la Iglesiona de Gijón y después fueron destinados a fortificar en San Esteban de las Cruces, junto a Oviedo. Estuvo preso un tiempo, y su familia podía ir a verle dos veces por semana. Manuel no tenía ideas políticas, le habían apresado por ser seminarista. Solía mandar en secreto este recado a su familia “decid a los de casa que muero dando gritos a Cristo Rey”. Nunca se encontraron sus restos mortales. Tenía 25 años de edad.