La presente introducción biográfica no proviene de una fuente hagiográfica habitual, sino -con apenas pequeños cambios de redacción- del siempre bien documentado «Diccionario de la Filosofía» de José Ferrater Mora, Ed. Sudamericana, 1964, tomo II, pp 15-16. Puesto que lo que hizo famoso a Lanfranco de Canterbury -que no debe confundirse con Lanfranco de Pavía, del 23 de junio, aunque los dos nacieron allí- fue la controversia eucarística con Berengario de Tours, y que el mismo elogio del Martirologio Romano pone como motivo principal, pareció lo más adecuado recurrir para reseñar al personaje a una fuente teológica, más que hagiográfica. En Año Cristiano, BAC, 1964 (y repetido en la edición 2003) hay un artículo hagiográfico de buena calidad por Luis M. Pérez Suárez, OSB.
Lanfranco nació en Pavía hacia el 1005, donde estudió leyes. Desterrado de allí -posiblemente por disputas políticas-, pasó un tiempo al parecer en Bolonia. Luego regresó a Pavía, pero hacia 1036 se trasladó a Francia, estudiando en Tours con Berengario. Tras enseñar en varios lugares, incluyendo especialmente Avranches, gramática, retórica y posiblemente dialéctica, entró (hacia el 1040) en el monasterio benedictino de Bec, en Normandía, siendo nombrado prior del mismo hacia 1045.
En Bec se enseñaban el trivium y el quadrivium [el conjunto de las disciplinas que formaba en el Medioevo el cuerpo general de la enseñanza universitaria]; Lanfranco tuvo como discípulo en Bec, entre otros que se hicieron ilustres, a san Anselmo de Aosta. En 1066 Lanfranco fue nombrado Abad en Caen. Tras la conquista de Inglaterra por Guillermo I, fue llamado a ocupar la sede del arzobispado de Canterbury, donde lo sucedió Anselmo de Aosta.
Lanfranco mantuvo por espacio de unos veinte años (aproximadamente entre 1049 y 1079) una agitada controversia teológica con Berengario de Tours, quien había sido, como ya se dijo, uno de sus maestros. La controversia versó sobre todo acerca del modo de interpretar el dogma de la transubstanciación en la Eucaristía, Contra Berengario, que adoptaba una posición «nominalista», Lanfranco mantenía una posición «realista»: «una cosa -decía- no puede cambiarse en otra sin dejar de ser lo que fue». Por tanto, hay cambio real de substancia en la Sagrada Forma. A veces se considera a Lanfranco como uno de los «antidialécticos» [es decir que rechazaban el uso de la razón para comprender los dogmas]. Sin embargo, el juicio de Lanfranco sobre el papel y el uso de la dialéctica en teología fue más bien moderado. La oposición de Lanfranco a Berengario era principalmente doctrinal, pero también «metódica»; según Lanfranco, Berengario confiaba excesivamente en el poder de la «dialéctica», de los «argumentos lógicos», para comprender y probar las verdades reveladas y transmitidas por la autoridad de la Iglesia, de modo que ningún argumento dialéctico debe sobreponerse a ellas. Tanto o más que los argumentos dialécticos, deben usarse, para comprender y probar dichas verdades, los textos de las Escrituras. Pero si los argumentos dialécticos son usados con moderación, no hay motivo para oponerse totalmente a ellos. Por esta razón la mayor parte de los historiadores de la filosofía medieval tienden a considerar a Lanfranco como partidario de una posición intermedia entre los «antidialécticos» extremos», del tipo de san Pedro Damián, y los «dialécticos radicales», del tipo de Berengario de Tours.
Los escritos de Lanfranco (De corpore et sanguine Domini [redactado hacia 1059]; De sacra coena [id. 1062]; Commentarii in omnes Pauli Epistulas; Sermo sive sententiae; Epistolae) se hallan recogidas en Migne, P.L., CL. Véase también L. C. Ramírez, La controversia eucarística del siglo XI. Berengario de Tours a la luz de sus contemporáneos, 1940.