EI beato Julián Martinet, descendiente de una antigua familia de caballeros franceses, nació en Medinaceli, en Castilla. Las difíciles circunstancias económicas por las que atravesaba su padre obligaron a Julián a entrar de aprendiz en un taller de sastrería. Siendo todavía muy joven, abrazó la vida religiosa en el convento de los franciscanos de su ciudad natal. Su tendencia a las prácticas de devoción extravagantes y a las penitencias exageradas hicieron pensar a sus superiores que se trataba de un desequilibrado y le despidieron del convento. Julián paso de Medinaceli a Santorcaz, donde ejerció su oficio. Allí conoció al P. Francisco de Torres, cuando éste predicaba una misión. El misionero reconoció las cualidades del joven y le convirtió en su colaborador. Durante el resto de la misión, Julián se dedico a recorrer las calles, sonando una campana para invitar a los habitantes a los sermones. El P. Torres consiguió que el convento franciscano de Nuestra Señora de Salceda abriese sus puertas al joven. Pero la historia volvió a repetirse; los superiores creyeron que Julián era un desequilibrado y le despidieron. Decepcionado, pero sin darse por vencido, Julián se retiró a practicar la austeridad en una ermita solitaria, de la que solo salía para ir con los otros mendigos a pedir un poco de pan al convento.
Al cabo de un tiempo, la fama de santidad del ermitaño movió a los franciscanos a admitirle por tercera vez. El beato hizo la profesión religiosa al fin de un año de noviciado y tomo el nombre de Julián de San Agustín. Nunca se ordenó sacerdote. Los superiores le permitieron entregarse con toda libertad a la penitencia. Julián se mortificaba con cuantos instrumentos de penitencia encontraba; solo dormía unas cuantas horas, al aire libre, o reclinado contra un muro, o en uno de los confesionarios de la iglesia. El P. Torres le empleaba, de cuando en cuando, en sus misiones. El beato poseía una elocuencia sencilla que llegaba al corazón. Su fama se extendió rápidamente, y la reina Margarita, madre de Felipe IV, manifestó el deseo de conocerle. Muy contra su voluntad, Julián tuvo que obedecer a sus superiores e ir a la corte; pero estaba tan intimidado, que no pudo pronunciar una sola palabra. En 1606, le sobrecogió una grave enfermedad a dos leguas de Alcalá de Henares; rehusándose a admitir que le transportasen en un carruaje, el beato se arrastró hasta el convento de San Diego, donde murió. El pueblo empezó inmediatamente a venerarle como santo, pero no fue oficialmente beatificado sino hasta 1825.
La fuente más fidedigna sobre la vida del beato Julián son los documentos del proceso de beatificación. Basándose en ellos, el P. José Vidal publico en 1825 una biografía popular en italiano. Ver también León, Aureole Seraphique (trad. ingl.), vol. II, pp. 47-59; y Marrara, Leggendario Francescano, vol. I (1676), pp. 518-520.