La orden de los Premonstratenses venera la memoria de quien fue, en el verdadero sentido de la palabra, su segundo padre, y en vida del fundador, san Norberto, desempeñó el cargo de abad. Hugo nació en Fosses, a unos once kilómetros de Namour. Habiendo quedado huérfano desde muy temprana edad, se educó en una comunidad benedictina cercana y después pasó al servicio de un devoto y celoso prelado: Burchard, obispo de Cambrai. Fue por entonces cuando Hugo se encontró inesperadamente con su antiguo amigo Norberto, quien había sido tan rico y noble como él, pero que ahora se le presentaba descalzo, vestido con harapos, como un mendigo y predicando la palabra del Evangelio de Cristo con tanto fervor, que las multitudes le seguían entusiasmadas. Hugo quedó cautivado en seguida y suplicó a su amigo Norberto que le admitiera en su compañía. Era el año 1119. Ya ordenado sacerdote a los 26 años de edad, partió con Norberto para llevar la palabra de Dios a los territorios de Hainault y Brabante. Es probable que por entonces san Norberto no hubiese pensado en fundar una nueva orden religiosa, pero al recibir el llamado de Bartolomé, obispo de Laon, para que tomara a su cargo la reforma de cierta comunidad de canónigos regulares, aceptó la tarea y, como fracasara en ella, decidió crear un monasterio en la región de Prémontré. Sus esfuerzos se vieron coronados por el éxito; los aspirantes llegaron en gran número, las fundaciones se multiplicaron. Hugo fue el encargado de delinear y escribir los estatutos, porque en las prolongadas y frecuentes ausencias de Norberto, a quien continuamente se llamaba a desempeñar toda clase de tareas apostólicas, todo el trabajo recaía en su compañero. Por cierto, que aquél fue un período de prueba para Hugo, puesto que aparte de su abrumadora tarea, tuvo que librar una batalla con los poderes de las tinieblas que, según se cuenta, aprovecharon la ausencia del fundador para apoderarse de los espíritus de los monjes, induciéndoles a abandonar el monasterio, donde tanto bien hacían. El beato Hugo tuvo que luchar denodadamente para detenerlos.
En 1126, san Norberto fue consagrado arzobispo de Magdeburgo y, dos años más tarde, Hugo fue elegido por unanimidad como abad de la casa matriz y superior general de la orden. Durante los treinta y cinco años que duró su administración, hubo más de cien fundaciones de los «canónigos blancos», pero ya para entonces, el beato era un anciano agotado por las austeridades y el trabajo incesante. El 10 de febrero de 1164 entregó el alma a Dios. Sus restos fueron sepultados en la iglesia de Prémontré, frente al altar de San Andrés, y se dice que en 1279, cuando se exhumó el cadáver para trasladarlo a un lugar más digno, las naves del templo se llenaron con un perfume celestial. Durante la primera guerra mundial, la iglesia de Prémontré fue bombardeada e incendiaba pero, al fin de la conflagración, los restos del beato fueron recuperados intactos.
Del escaso y fragmentario material que poseemos, es imposible obtener una idea precisa sobre el carácter del beato Hugo, pero tenemos entendido que era un hombre impetuoso y tenaz. En una extensa carta que le escribió san Bernardo, le reprocha enérgicamente la amargura y la injusticia de ciertas quejas que Hugo había hecho en un escrito. Desgraciadamente, no podremos conocer la respuesta que el beato dio al vehemente pero caritativo llamado de san Bernardo.
La carta de san Bernardo es la nº 253, Migne, PL., vol. CLXXXII, CC. 453-458. Las dos recensiones de la «Vita Sti. Norberti», una de las cuales se atribuye al propio Hugo, constituyen nuestra más auténtica fuente de información. Ver también las modernas biografías de san Norberto, como la de G. Madelaine (1886), la de G. van den Klsen (1890), y la de T. Kirkfleet (1916), sin olvidar la Vie du b. Hugues de Fosses (1925). El culto al beato fue reconocido por la Santa Sede en 1927, ver Acta Apostolicae Sedis del mismo año, pp. 316-319.