El P. Allegra nació el 26 de diciembre de 1907 en San Giovanni La Punta, provincia de Catania, pueblo siciliano entonces pequeño, emplazado en las estribaciones del Etna. Fue el mayor de ocho hermanos y en el bautismo recibió el nombre de Juan. La familia Allegra, muy devota de la Virgen, era la que custodiaba el santuario local de la Virgen de La Ravanusa, lugar al que están vinculados diversos momentos importantes de nuestro beato.
En 1918, con once años, entró al seminario menor franciscano en el convento de San Biagio en Arcireale (Sicilia), donde hizo los estudios de bachillerato. El 13 de octubre de 1923 vistió el hábito franciscano y comenzó el noviciado, cambiando su nombre de pila por el de Gabriel María. Al año siguiente, el 19 de octubre de 1924, hizo la primera profesión. En 1926 lo enviaron a Roma, al Colegio Internacional de San Antonio, para que completara los estudios eclesiásticos en el Antonianum. Allí tuvo la fortuna de escuchar, en 1928, una conferencia sobre Fr. Juan de Montecorvino, franciscano, misionero en China de 1294 a 1328 y primer arzobispo de Pekín, con motivo del VI centenario de su muerte. La conferencia fue -diría él más tarde en sus Memorias- «como una mecha encendida lanzada contra un polvorín», y lo convenció de que estaba llamado a ser misionero en China. Cuando se enteró de que en China no había una traducción católica de toda la Biblia, decidió irse allí para traducir las Sagradas Escrituras a la lengua de Confucio. Este voto lo consignó a la Virgen Inmaculada, hacia la que siempre tuvo un afecto filial, cuando fue a su pueblo a celebrar su primera misa cantada en el santuario de La Ravanusa, el 15 de agosto de 1930, solemnidad de la Asunción de la Virgen María. Poco antes, el 20 de julio de 1930, había recibido la ordenación sacerdotal en Roma.
En septiembre de 1931 se embarcó en el puerto de Brindis con destino a China, enviado por los superiores como misionero: tenía 24 años. Es cierto que el P. Allegra marchó al Extremo Oriente para llevar el Evangelio a las gentes de aquel mundo. Pero, dentro de ese objetivo general, tenía el concreto y específico de traducir la Biblia a la lengua china. Así, tan pronto como llegó a su destino, se dedicó a estudiar el chino en Shanghai, y lo hizo con tanto interés y pasión que, unos cuatro meses después de su llegada, era ya capaz de ejercer su ministerio en el pueblo: confesaba, bautizaba y comenzaba a predicar en chino. Y consiguió dominar de tal modo la lengua china, tanto en su forma literaria como en la popular, que llegó a ser, entre los mismos chinos, un maestro.
A finales de 1932 lo nombraron rector del seminario menor de Heng Yang. Con el gran bagaje cultural que poseía (sabía y hablaba, además del italiano y el chino, el inglés, el francés, el español, el alemán; y, entre las lenguas bíblicas, el latín, el griego, el siríaco y el arameo), el P. Allegra, en los primeros años de su experiencia misionera, emprendió en solitario la traducción del Antiguo Testamento a partir del texto hebreo y arameo, y en 1941 había terminado prácticamente un primer borrador. Pero no quería asumir sobre sí mismo en exclusiva la responsabilidad de una traducción a partir de los textos originales: vio que era necesaria la colaboración de otros. Con la ayuda de algunos colaboradores prácticamente terminó en 1944 su primer trabajo, la traducción del Antiguo Testamento. Desgraciadamente, durante las vicisitudes de la guerra, perdió más de la mitad del texto traducido. Sin embargo, no se desanimó, al contrario, llamó a nuevos hermanos en religión, chinos, para que lo ayudaran. Y así nació el año 1945 el Estudio Bíblico Franciscano en Pekín, que, debido a la agitación y la guerra, tuvo que mudarse a Hong Kong el año 1948. Al P. Allegra le gustaba decir que el período de permanencia en Pekín era "el Rivotorto y la Porciúncula" de su vida, por la simplicidad, las dificultades, la pobreza, que con frecuencia hacían el trabajo extenuante.
El 12 de agosto de 1946 se publicó en Hong Kong el primer volumen, el de los Salmos, al que siguieron otros once, sumando en su conjunto 10.000 páginas, que llevaban, además de los textos bíblicos, un comentario rico y actualizado y notas críticas de gran valor científico. Terminada la traducción del Antiguo Testamento, en 1954 marchó a Tierra Santa junto con sus hermanos en religión, para un curso de formación permanente.
Regresó a Hong Kong en 1955, y se dedicó a traducir el Nuevo Testamento a partir del texto griego. El sueño de traducir toda la Sagrada Escritura se hizo realidad con la publicación de las Cartas Católicas y el Apocalipsis en 1961. Más tarde, en 1968, el Studium Biblicum Franciscanum publicó por primera vez en la historia la Biblia completa traducida al chino (Antiguo y Nuevo Testamento) en un solo volumen.
Traducir la Biblia, de los textos originales a lengua china, comportaba ciertamente grandes esfuerzos; basta pensar en la necesidad de crear vocablos nuevos para expresar conceptos hasta entonces desconocidos en la lengua y en la mentalidad china. Por eso, el mérito del P. Allegra es extraordinario: con su traducción no escribió una teología china, pero puso a los chinos en condiciones de escribir una teología suya; es decir, permitió interpretar el texto de la Revelación según las categorías propias de la experiencia y cultura del lugar.
Para hacerse una idea de lo que significa la obra del P. Allegra en la China de hoy, baste citar lo que ha afirmado, por ejemplo, el Dr. Chang Tzu, director de la Biblioteca Nacional de Taipei: «Todos admiran y con razón cuanto han hecho los monjes Budistas en China con la introducción y la traducción de sus libros sagrados; pero es mucho más lo que han hecho los Franciscanos con la traducción de la Biblia y especialmente con el Comentario».
Partiendo del interés común por la Sagrada Escritura, el P. Allegra, con espíritu conciliar y evangélico, dirigió su atención a los hermanos separados, iniciando con ellos un diálogo intenso y constructivo con fines ecuménicos. En este campo dio vida a los "seminarios bíblicos", o reuniones de estudio, con representantes de las varias denominaciones protestantes de Europa, América y Asia. Organizó semanas bíblicas en Formosa, Japón y Hong Kong. Predicó retiros espirituales a los seminaristas anglicanos. Cultivó también otros campos de intereses, en particular el arte y la música.
Con todo, el P. Allegra no fue sólo un hombre de estudio. Era ante todo un Hermano Menor, humilde, de gran corazón, abierto a todas las miserias físicas y morales, a las que se acercaba con particular ternura. Son innumerables en todo el mundo las almas que, bajo su dirección, recobraron la fe o la esperanza. Aprovechaba todas las ocasiones para hablar con palabras sencillas, como quería san Francisco. Hablaba a los humildes y a los doctos. Pero su paternidad espiritual se volcaba especialmente sobre los leprosos, a los que profesaba un amor particular. Aprovechaba las fiestas y los días de descanso para ir a encontrarse con ellos y permanecer jornadas enteras en su compañía.
En la vida del P. Allegra no se notaban manifestaciones espirituales llamativas. Su santidad era en apariencia totalmente ordinaria, manteniéndola celosamente escondida. En lo exterior hacía cosas ordinarias como todos los demás, pero las hacía de un modo extraordinario. Ejercitó las virtudes teologales y cardinales de modo heroico. En el "Decreto pontificio sobre las virtudes" se lee: «Observó con suma fidelidad la Regla franciscana y los votos». Su vida es un testimonio elocuente de la primacía del amor de Cristo y del fiel servicio a la Iglesia, siguiendo el ejemplo de san Francisco. La Carta Apostólica de su beatificación lo llama «sacerdote de la Orden de Hermanos Menores, humilde discípulo de la Divina Sabiduría, apóstol fiel de las Sagradas Escrituras, celoso misionero en tierras de Oriente».
En su vida de fe y devoción, el P. Allegra reservaba un espacio del todo privilegiado a la bienaventurada Virgen María: nutría hacia ella un amor filial, tierno y afectuoso. A ella dirigía siempre su oración, bajo su protección puso el Estudio Bíblico Franciscano, con ella dialogaba de manera entrañable. Cuando volvía a Sicilia, su primer pensamiento era visitar el santuario de la Virgen de la Ravanusa y permanecer allí en oración.
El P. Gabriel María Allegra murió en el hospital "Canossa" (Cáritas) de Hong Kong el 26 de enero de 1976, apreciado por todos como un hombre de gran caridad y sabiduría. En 1986 su cuerpo fue trasladado a Acireale y sepultado en la iglesia del convento franciscano de San Biagio, que pronto se convirtió en meta de peregrinaciones. El 23 de abril de 2002 Juan Pablo II reconoció el milagro que se atribuía a la intercesión del P. Allegra, y el 29 de septiembre de 2012 fue beatificado en Acireale, en la Basílica catedral de la Anunciación de María Santísima.
Extractado de la versión castellana publicada por el web de Franciscanos, de la «Vita» en italiano que se encuentra en el sitio de internet, muy completo, dedicado al beato por los Hermanos Menores de Sicilia.