El beato Bautista pertenecía a una familia española por parte de padre, pero su madre era originaria de Brescia, en el norte de Italia, y él nació en Mántua. A causa de sus antecesores, tanto él como su padre eran conocidos con el apodo, o quizás el apellido, de «Spagnolo», «Español». Demostró gran habilidad en los estudios cuando niño y, de muy joven recibió buenos fundamentos en filosofía y retórica. Hubo irregularidades en su juventud que causaron penas a su familia, pero al fin, Bautista se sintió llamado a la vida religiosa y entró a una comunidad carmelita en Ferrara. Desde el principio, buscó seguir el camino de la perfección y también se consagró a las letras y a las ciencias sacras con tanto éxito, que sus composiciones latinas y sus versos lo colocaron entre los famosos humanistas de la época. Dios le dio en grado notable el don de consejo, reconocido ampliamente, sobre todo entre los carmelitas de Mántua, por el cual seis veces fue reelegido vicario general de la reforma. No solamente fue en el claustro donde dio ejemplo y ayuda, sino que se hizo querer de muchas gentes en el mundo y de los pobres y desheredados, para los que fue como un padre. Príncipes y papas lo tuvieron en la mayor estima, parte por su sabiduría y parte por el tacto que mostraba al tratar los negocios delicados. Nunca quebrantó ninguna de las reglas de su orden, ni se apartó de la pobreza, a la que se había comprometido, cuando se encontraba fuera del convento y en ambientes mundanos. En varias ocasiones, cuando por su enfermedad alguna pequeña mitigación hubiera sido permisible, continuó todas sus mortificaciones y prácticas de piedad acostumbradas, pese a su mala salud.
Contra su voluntad, el beato Bautista fue elegido prior de la orden carmelitana, pero se necesitó un mandato especial del papa para que se decidiera a aceptar el cargo. A despecho de su humilde opinión acerca de su capacidad, demostró ser un superior muy capaz y ejemplar. Tuvo una gran devoción a Nuestra Señora y no perdía oportunidad de manifestársela y de extender su culto. Su increíblemente vasta producción de poemas latinos (55.000 versos) estuvo casi toda animada con un propósito religioso. Glorificó las maravillas de Loreto y cantó las fiestas de la Iglesia, deseando sobre todo demostrar que la buena literatura no necesariamente estaba asociada con el paganismo. Sus conciudadanos en Mántua tenían en tanta estima sus méritos como poeta, que colocaron un busto suyo que rivalizaba con el de Virgilio. Bautista dedicó uno de sus más largos poemas a aquel gran conocedor de las letras, el papa León X, pero no dudó en decirle que una de las mayores necesidades de la época era la reforma de la Curia Romana, «que está infectada por una profunda corrupción que disemina veneno a través de todos los países». «¡Ayuda, Santo Padre León!», exclamó el poeta, «porque la cristiandad no está lejos de su ruina».
Cuando volvió a Mántua, al final de su vida, Bautista soportó con ejemplar paciencia una penosa enfermedad, de la que finalmente murió, y tranquilamente pasó a recibir su eterna recompensa en la primavera de 1516. Toda la ciudad se volcó en las calles para honrarlo el día de su funeral y numerosos milagros, atribuidos a su intercesión, establecieron su culto inmediatamente después de su muerte, que fue confirmado en 1885.
Véase F. Ambrosio, De rebus gestis... Baptistae Mantuani (1784) ; G. Fanucci, Della vita de Battista Spagnolo (1887); Valliers, Bibliotheca Carmelitana, I, pp. 217-240; B. Zimmerman, Monumenta historica Carmelitana (1907), pp. 261 y 483-504, en la que se encuentran varias interesantes cartas del beato Bautista. Cf. también Pastor, History of the Popes, vol. VIII, pp. 204-207.