Homilía de SS Juan Pablo II en la ceremonia de beatificación de Bartolomé María dal Monte, en Bolonia, el 27 de septiembre de 1997
1. «Gracia a vosotros y paz de parte de Dios, nuestro Padre» (Col 1, 2).
El saludo del Apóstol, que acabamos de escuchar en la «Lectura breve» de estas primeras Vísperas del domingo, introduce en una perspectiva de esperanza: la que —dice san Pablo— «os está reservada en los cielos». «Acerca de esta esperanza —añade— fuisteis ya instruidos por la palabra de la verdad, el Evangelio, que llegó hasta vosotros» (Col 1, 5-6).
Amadísimos hermanos y hermanas, este es el día de la beatificación del sacerdote Bartolomé María Dal Monte. Toda la Iglesia, y en particular la comunidad cristiana de Bolonia que lo tuvo por hijo, se alegra porque hoy su nombre se escribe de modo solemne en el «libro de la vida» (Ap 21, 27).
El nuevo beato dedicó su no larga existencia terrena al anuncio de la «Palabra de la verdad, el Evangelio» (Col 1, 5). El Señor se sirvió de él y de su fidelidad para hacer que esa palabra llegara íntegra, viva y vivificante a muchas personas que la buscaban. Así se cumplía, también mediante su persona, la promesa de Jesús: «He aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo» (Mt 28, 20).
2. Don Bartolomé María Dal Monte, amadísimos boloñeses, es la última joya que ha venido a enriquecer el santoral de vuestra archidiócesis. Un libro ya rico de testigos ejemplares del Evangelio: Apolinar, Zama, Vital, Agrícola, Prócolo, Félix, Petronio, Lucía de Settefonti, Guarino, Domingo, Diana, Cecilia, Amada, Imelda Lambertini, Nicolás Albergati, Catalina de’Vigri, Marcos de Bolonia, Ludovico Morbioli, Giacomo da Ulma, Arcangelo Canetoli, Elena Duglioli, Clelia Barbieri, Elías Facchini, y muchos otros más.
Un libro de santos y beatos, en el que se halla trazada la identidad más auténtica de la Bolonia cristiana, al igual que la de vuestra tierra, rica en arte y cultura. Un libro que todos, tanto los que creen como los que no creen, deberían considerar precioso. Un libro que hay que amar, como se ama la propia identidad más auténtica.
El rostro de Bolonia es también el de sus santos, que han inspirado en la verdad y en la caridad del Evangelio su palabra y su acción entre los hombres y las mujeres de esta ciudad, forjando su fisonomía original, que aún sigue viva.
Damos gracias al Señor esta tarde, en el marco del Congreso eucarístico nacional, porque Bolonia puede presentarse a la cita del tercer milenio con esta fisonomía característica suya: un rostro humano y cristiano, que le permite afrontar con serena confianza los difíciles desafíos de nuestro tiempo. Sabe que puede contar con sus santos que, con la «palabra de la verdad» y con la exuberancia de su caridad, tanto más eficaz cuanto más oculta, le han permitido superar los momentos más difíciles de su historia.
3. La santidad, preciosa a los ojos de Dios, no es inútil al mundo. No sólo edifica el cuerpo de Cristo, sino que también deja una huella imborrable en la sucesión de los acontecimientos del tiempo e incluso en la formación articulada de la sociedad.
La actividad terrena de Bartolomé María Dal Monte, aunque se caracterizó por un compromiso típicamente intraeclesial como la predicación misionera al pueblo y la formación de los sacerdotes, ejerció un influjo notable incluso en el entramado civil de la nación, contribuyendo de forma eficaz a promover en él la justicia, la concordia y la paz. También mediante la obra de misioneros en la tierra patria, como el nuevo beato, el pueblo italiano ha podido conservar, a lo largo de los siglos, el patrimonio de valores humanos y cristianos que representa su tesoro más precioso y constituye la aportación más significativa que puede prestar a la construcción de la nueva Europa.
4. Amadísimos hermanos y hermanas, la beatificación de Bartolomé María Dal Monte se inserta de modo providencial en las celebraciones del Congreso eucarístico, porque pone fuertemente de relieve el vínculo que existe entre una espiritualidad eucarística consciente y profunda, y el compromiso personal y eclesial en la evangelización.
En la Italia del siglo XVIII, los sacerdotes santos que se dedicaron generosamente a las misiones al pueblo afrontaron de modo sorprendente situaciones de amplia ignorancia religiosa y fenómenos de preocupante descristianización, que contagiaban tanto ciudades como zonas rurales. Entre ellos se hallaba también san Leonardo de Porto Maurizio, que conoció personalmente a don Bartolomé María y lo animó a realizar esta actividad pastoral.
La fama de la eficacia de las misiones al pueblo y de la santidad y generosidad de don Bartolomé se difundió con tanta rapidez que difícilmente lograba atender todas las solicitudes. A su muerte, cuando contaba solamente cincuenta y dos años, había predicado misiones al pueblo y tandas de ejercicios espirituales en más de sesenta diócesis italianas.
En unos tiempos en que la formación para el sacerdocio no implicaba el actual itinerario largo del seminario, don Bartolomé María intuyó la exigencia de sacerdotes diocesanos que, en plena comunión con su propio obispo, estuvieran totalmente disponibles para la predicación. A fin de prepararlos de modo adecuado instituyó la «Pía Obra de las Misiones», que se convirtió en un auténtico crisol de apóstoles. Estaba convencido de que nadie podía ser autodidacta en el difícil camino de la santidad. Por esto se esforzó por crear estructuras formativas adecuadas para sus colaboradores, dedicándoles interesantes escritos espirituales, redactados por él de puño y letra.
5. Pero, ¿de dónde le venía a don Bartolomé María tanto impulso y vigor para un ministerio tan excepcional? La santa misa, la adoración eucarística y la confesión sacramental ocupaban el centro de su vida, de su acción misionera y de su espiritualidad. De esta piedad eucarística hallamos frecuentes huellas en sus escritos, en los que se aprecia su celo diario por la salvación de las almas, prioridad de su esfuerzo ascético y pastoral.
Toda su existencia se plasmó según el modelo del ministerio de Cristo, intransigente a la hora de proclamar la verdad y de criticar los vicios, pero acogedor y misericordioso hacia los pecadores. Así se convirtió en imagen viva de Aquel que es «rico en misericordia» (Ef 2, 4).
Además, el nuevo beato amaba, con profundo gozo interior, a la Virgen Madre de Dios. Nacido y crecido en la ciudad que se honra con la particular protección de la Virgen de san Lucas, don Bartolomé María sentía hacia ella una tierna devoción. La veneraba y hacía que la invocaran con el título de «Mater misericordiae», Madre de la misericordia. Solía repetir: «Cada pensamiento, cada impulso, cada palabra: sí, todo lo recibí por María».
6. El beato Dal Monte resplandece esta tarde ante nosotros como testigo de Cristo particularmente sensible a las exigencias de los tiempos modernos. Impulsa a todos a afrontar con ardor y confianza los desafíos de la nueva evangelización. Tenemos ante nosotros un vasto campo de trabajo misionero, en el umbral del tercer milenio cristiano.
Que el ejemplo del nuevo beato os sostenga y aliente a todos, amadísimos hermanos y hermanas aquí presentes, a quienes saludo con afecto. Que te sirva de modelo a ti, venerado cardenal Giacomo Biffi, pastor de esta comunidad diocesana; y a todos vosotros, queridos hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, procedentes de la ciudad de Bolonia y de toda Italia. Que su incansable celo apostólico os estimule y anime a vosotros, religiosos y religiosas, personas consagradas, llamadas a un peculiar testimonio en la Iglesia de Cristo; a vosotros, queridos jóvenes, esperanza de un mundo renovado por el amor; a vosotras, queridas familias, pequeñas iglesias domésticas; y a vosotros, queridos enfermos, asociados de modo más intenso a los sufrimientos de Cristo.
La nueva evangelización es tarea de todo creyente. Tomad conciencia de ello todos los que os halláis reunidos en estas Vísperas del XXVI domingo del tiempo ordinario. Dios os llama a conservar la «palabra de la verdad, el Evangelio » (Col 1, 5). El celo misionero que impregnó la vida del beato Bartolomé María Dal Monte es el modelo que hoy la Iglesia presenta a sus hijos.
Que su intercesión, junto con la de María santísima, venerada aquí de manera especial en la imagen de la Virgen de san Lucas, la «Odigitria», la que señala el camino, nos ayude a ser sus humildes, fieles y valientes imitadores.
El «camino» es Jesús. Por este camino queremos avanzar sin titubeos hasta el encuentro definitivo con él. Amén.