Angel Nicolás Lucci nació el 2 de agosto de 1682 en Agnone, en el Molise. Al quedar huérfano de padre inició privadamente los estudios para luego seguirlos en el convento de San Francisco de los Hermanos Menores Conventuales, donde su corazón se abrió a los valores evangélicos y a los compromisos religiosos. En agosto de 1698 hizo la profesión religiosa y el 17 de diciembre de 1705 era ordenado sacerdote en Asís con el nombre de Antonio María. Regresó a Agnone para dirigir el colegio local y profundizar los estudios de teología hasta obtener la láurea en 1709. Trasladado al convento de San Lorenzo, en el centro de la ciudad de Nápoles, comenzó a ser buscado para el ministerio de la predicación y por su generosidad para con los pobres. Asiduo en la liturgia de las horas, devotísimo en la celebración de la Eucaristía, observaba la regla con meticulosa diligencia, haciendo de las máximas evangélicas alimento de su fe. El 8 de febrero de 1718 fue elegido Ministro provincial y al año siguiente rector del colegio de San Buenaventura en Roma, el más prestigioso de la Orden. Estudio, oración, predicación, formación de los alumnos fueron los pilares de su vida.
El 7 de febrero de 1729 Benedicto XII lo consagraba obispo en San Pedro, asignándole la diócesis de Bovino, en la provincia de Foggia. Terminado el rito, el Papa, dirigiéndose a los cardenales presentes dijo: «He escogido para obispo de Bovino a un profundo teólogo y un gran santo». El nuevo prelado comenzó por abrir una escuela pública y concentró todo su celo en la formación del clero. En los 23 años que rigió la diócesis, Lucci defendió a su sacerdotes de los abusos de quienes pretendían interferir en sus actividades pastorales y no dudó en excomulgar a algunos señores prepotentes. Fue lo que hoy se diría un obispo «incómodo», una conciencia crítica, sin miedo, defensor de los derechos de los débiles inclusive cuando se trataba de enfrentar a poderosos de elevado rango. El pueblo lo llamaba «Ángel de la caridad».
De sus visitas pastorales anuales dejó testimonio en 13 volúmenes. A él se debe también la reconstrucción de la catedral de Bovino, que hacía tiempo estaba deteriorándose. Podemos afirmar que tuvo en cuenta todas las dimensiones esenciales de su oficio de obispo y que el mensaje con que enriqueció el patrimonio espiritual de la Iglesia tiene mucho que decirnos inclusive hoy día. Evangelización, promoción humana, culto divino, vida sacramental de los fieles, disciplina, compromiso social, constituyeron el programa de su ministerio episcopal siempre comprometido en estas «prioridades pastorales». Pedía a su clero «santidad de vida y rectitud en el comportamiento»; era un hombre lanzado en lo social, resuelto en defensa de sus pobres hasta el punto de pedir al rey de Nápoles que permitiera a los necesitados sembrar inclusive en terrenos patrimonio público. Antonio Lucci murió santamente el 25 de julio de 1752. Tenía 70 años. Fue beatificado por el papa Juan Pablo II el 18 de junio de 1989.