Antonio Bonfaddini pasó los últimos días de su vida en Cotignola, donde murió y quedó su cuerpo incorrupto. Nació en Ferrara el año 1400. Se doctoró en su ciudad natal en 1439. A los 37 años entró entre los Hermanos Menores en el convento observante del Espíritu Santo, en Ferrara y destacó por la fidelidad a la regla franciscana, por su espíritu de oración y su provechosa predicación. Ordenado sacerdote, se sintió atraído por la predicación de San Bernardino de Siena, que produjo un despertar maravilloso de virtudes también entre sus hermanos. Así que se puso enseguida a recorrer los caminos de Italia como predicador de la palabra de Dios. Es el siglo XV, el siglo de oro de la predicación y de la santidad de la observancia franciscana. Baste recordar sus cuatro espléndidas columnas: San Jacobo de la Marca, San Juan de Capistrano, San Bernardino de Siena y Alberto de Sarteano. En semejante clima no es de admirar que Antonio se sintiese atraído por ellos. Su intenso y fructuoso apostolado desempeñado en Italia duró algunos decenios, y llevó muchísimas almas a una renovación de la vida cristiana.
Antonio quiso también extender su apostolado a los pueblos a los que aún no había llegado la luz del Evangelio. Inspirado por Dios pensó en la misión de Tierra Santa, que fue recorrida por el mismo Hijo de Dios hecho hombre y guarda los más grandes recuerdos de nuestra redención. Dicha misión había sido fundada por el mismo San Francisco en 1217, con su compañero fray Elías como primer ministro de la provincia de Oriente o de Ultramar. Más adelante la orden franciscana se haría cargo de algunos santos lugares, en nombre de la Iglesia.
No sabemos de cierto el tiempo que permaneció el beato Antonio Bonfadini en Palestina, ni las actividades que desempeñó. Pero su avanzada edad no le permitía desarrollar una actividad apostólica normal, y tal vez por eso decidió regresar a Italia.
Lleno de méritos y de años, con profundo pesar, emprendió el viaje de regreso, que fue más pesado que el de ida. Su meta debía ser el convento de Ferrara, donde deseaba terminar sus días. Sin embargo, al llegar a Italia se olvidó del cansancio, de las enfermedades y de los años, y reemprendió con renovado ardor su apostolado de predicación por ciudades y campos. Fue inmenso el bien realizado en este final de su vida.
Agotadas sus fuerzas, entregó su alma a Dios en Cotignola, en el Hospital de los Peregrinos el 1 de diciembre de 1482. Tenía 82 años de edad. En dicha ciudad gozó siempre de una gran veneración, y lo llaman "el Santo de Cotignola". Allí lo celebran el lunes de Pascua, día en que su cuerpo es expuesto y venerado por multitud de fieles de toda la región. El papa León XIII aprobó su culto el 13 de mayo de 1901, y su fiesta se celebra el 1 de diciembre.
Imagen: iglesia de San Francisco donde se conserva y venera el cuerpo incorrupto del beato Antonio Bonfadini, en Cotignola, cerca de Ravena.