Miguelina nació en Pésaro en 1300. Su padre, Antonio dei Pardi, era de condición muy acomodada. Su madre no lo era menos. Apenas cumplidos los doce años fue dada por sus padres como esposa a un noble Malatesta, el cual murió después de ocho años de matrimonio, dejándola con un único hijo: Pardino.
Por aquel tiempo llegó a Pésaro, procedente de Siria, una santa mujer a la que llamaban Sor Soriana, porque vestía como una religiosa. Miguelina, fascinada por sus virtudes, quiso tenerla como huésped en su casa y con el paso de los días sintió nacer en su ánimo el deseo de practicar la perfección evangélica; pero el apego a sus riquezas, el amor a su único hijo y la vanidad femenina todavía se lo impedían. Un día Soriana, encontrándose junto con Miguelina en la iglesia de San Francisco, arrobada en éxtasis, sintió una voz que le aseguraba que pronto Miguelina la seguiría por el mismo camino. Posteriormente ambas recibieron una confirmación de esto mientras estaban en oración ante el Crucifijo. Después una misteriosa coincidencia pareció confirmar aquella voz: el pequeño Pardino, atacado de epilepsia murió en poco tiempo.
Ahora necesitaba liberarse de las riquezas y renunciar a las vanidades del mundo: aconsejada por Soriana entró en la Tercera Orden Franciscana e hizo voto a Dios de vivir en obediencia, pobreza y castidad, llevando así por primera vez a Pésaro la Tercera Orden. Después de este importante paso, Soriana desapareció de la escena. Miguelina avanzando en el camino de la santidad, decidió vivir a la letra las palabras del Evangelio: vendió todos sus bienes y sus joyas y el dinero recabado lo distribuyó entre los pobres.
La devoción a la Pasión de Jesús, objeto continuo de sus meditaciones, la movió a visitar los Santos Lugares y logró cumplir su deseo con una peregrinación a Palestina. Visitó uno por uno los lugares santificados por la presencia de Jesús, de María y de los Apóstoles. Es más fácil imaginar que describir los consuelos espirituales que saboreó en esta peregrinación. El lugar preferido de Miguelina durante su permanencia en Jerusalén fue la Basílica del Santo Sepulcro y el Monte Calvario. Un día, mientras oraba en este santuario fue arrobada en éxtasis; el Salvador, apareciéndosele, la iluminó y la consoló de modo tan maravilloso, que, volviendo en sí, habló con tal ardor de la Pasión de Cristo, que conmovió a cuantos la escuchaban. Regresó a Italia llevando consigo los más dulces recuerdos de aquella inolvidable peregrinación. A los 56 años de edad, recibido el santo viático, murió, el 19 de junio de 1356, fiesta de la Santísima Trinidad. Aprobó su culto Clemente XII el 24 de abril de 1737.