Matía, nacida hacia el año 1235 en Matelica, en las Marcas, pertenecía a la familia noble De Nazarei. Creció rodeada de los amorosos cuidados de los familiares, que hicieron todo para prepararla para un brillante porvenir. Su padre, se soñaba para ella un matrimonio digno de su categoría. Pero un hecho inesperado trastornó todos sus planes. El ejemplo de las dos santas hermanas Clara e Inés de Asís también se repitió en Matelica. Un día Matía sin avisar a nadie, huyó de su casa y fue a tocar las puertas del monasterio de Santa María Magdalena de las hermanas Clarisas, pidiendo a la abadesa que la recibiera entre sus cohermanas. Esta le hizo notar que era imposible sin el consentimiento de sus padres. Poco después el padre y algunos parientes irritadísimos irrumpieron en el monasterio decididos a llevarla de nuevo a su casa por la fuerza. Pero todo fue inútil. El padre fue vencido por la insistencia de su hija, que así pudo realizar su sueño de seguir a Cristo por el camino de la perfección.
Tenía dieciocho años cuando comenzó el noviciado y antes de la profesión distribuyó parte de sus bienes a los pobres y parte la reservó para urgentes trabajos de restauración del monasterio. Tras su ejemplo otras muchachas la siguieron por el camino de vida evangélica que habían trazado San Francisco y Santa Clara.
Después de ocho años de vida religiosa fue elegida abadesa unánimemente. Durante cuarenta años Matía fue la celosa superiora de las Clarisas, iluminada guía espiritual y al mismo tiempo sagaz administradora. Poseía las cualidades aparentemente contradictorias de una gran mística y de una sabia organizadora. Confiando en la Divina Providencia, con ofrendas de la población y de su familia, reconstruyó casi desde los cimientos la iglesia y el monasterio.
La vida interior de la Beata Matía se modeló sobre la Pasión del Señor. Por muchos años todos los viernes sufrió dolores y numerosos arrobamientos. Fue una mujer de gobierno que a las virtudes contemplativas unía las virtudes prácticas. Se mantuvo también en contacto con el mundo, sabiendo decir una palabra de consuelo, ayuda y exhortación a los muchos que acudían a ella. Fue llamada “Madre de la caridad” pues ayudaba en la medida de las posibilidades aun a indigentes y pobres. Un niño estaba a punto de morir como consecuencia de una caída. La madre desesperada lo llevó a la Beata Matía, quien después de orar lo tocó con la mano y lo restituyó sano y salvo a su madre. Y se cuentan de ella otros prodigios.
El 27 de diciembre de 1320, después de haber exhortado y bendecido por última vez a sus queridas cohermanas, murió serenamente a los 85 años, dejando tras de sí un dulce recuerdo, que luego se transformaría en culto, el cual confirmaría Clemente XII el 27 de julio de 1765. Sus reliquias fueron ocasión de numerosos milagros.