Elena Chapotin, nació en Nancy, Francia, el 21 de mayo de 1839 y murió en San Remo (Imperia) el 15 de noviembre de 1904. Después de muchas pruebas ingresó entre las religiosas de María Reparadora, en Tolosa, en 1865; al año siguiente partió para la India, donde fue superiora y luego Provincial de la Misión de Medura, en donde hizo florecer de nuevo las obras y las multiplicó con incansable celo. Llamada a Roma en 1877, con la bendición de Pío IX fundó la nueva congregación de las Hermanas Franciscanas de María (víctimas, adoratrices y misioneras) que en 1885 fue agregada a la Orden Franciscana Regular bajo la obediencia de los Hermanos Menores. En 1896 León XIII aprobó sus constituciones, escritas por la fundadora. Gobernó su Instituto hasta su muerte, multiplicando las casas y las obras con una rapidez y firmeza que parecen milagrosas por toda Europa y sobre todo en las misiones.
La víspera de su muerte decía: «Si el Instituto fuera obra mía, moriría conmigo. Pero es obra de Dios!». Siguiendo sus huellas las Franciscanas Misioneras de María aceptan gozosas ofrecer su propia vida para completar lo que falta a la Pasión de Cristo. Repetía: «Nuestra patria es todo el género humano». Sus hijas están prontas a ir a todas partes para vivir y testimoniar el Evangelio, especialmente en los países y en los lugares donde la Iglesia está menos presente, en medio de los pobres y desheredados. De la sangre de las siete santas mártires de China en 1900 a los innumerables sacrificios oscuros, inclusive cruentos, de tantas otras misioneras, entre ellas la beata María Asunta Pallotta, a lo largo del tiempo ellas han pagado con su vida su consagración a los pueblos y a los países envueltos en sucesos dramáticos.
Para asegurar a este ideal un apoyo sólido y profundo, la Fundadora se vuelve hacia el santo cristocéntrico: Francisco de Asís. El Pobrecillo la había atraído en lo íntimo desde su juventud. Cuando ella pudo injertar en el antiguo tronco de la Familia Franciscana la nueva plantita que Dios había suscitado por su medio, para recibir de ella una participación mayor de espíritu evangélico, de pobreza, de simplicidad gozosa, sintió que por fin había realizado plenamente su propio carisma y la voluntad de Dios sobre ella y su obra.
Fue beatificada por SS Juan Pablo II el 20 de octubre de 2002.