La beata Juana de Portugal era hija del rey Alfonso V. La salud delicada de su hermano, nacido tres años después de ella, y la muerte prematura de su madre, Isabel de Coimbra, hacían de la joven princesa la probable heredera al trono de Portugal. Naturalmente, recibió una educación acorde con el alto cargo que tal vez iba a desempeñar un día. Sin embargo, desde niña la princesa no encontraba ningún placer en las delicias del mundo y sólo se preocupaba del servicio de Dios. Apenas dos o tres damas de su séquito sabían que Juana vestía un cilicio, se disciplinaba y pasaba varias horas de la noche en oración. Cuando Juana tenía dieciséis años, supo que su padre proyectaba su matrimonio; inmediatamente le pidió permiso de entrar en religión, pero recibió una rotunda negativa. Sin embargo, el rey Alfonso desistió de sus planes de casarla por el momento y le permitió llevar en palacio una vida retirada.
En 1471, el rey Alfonso y el príncipe Juan emprendieron una expedición contra los moros. Juana, que no tenía más que diecinueve años, se quedó de regente del reino. La campaña tuvo éxito, y la princesa aprovechó las fiestas que se celebraron con ese motivo para pedir nuevamente permiso de entrar en el convento. Su padre se lo concedió, con la condición de que el príncipe Juan aceptase; éste se negó durante algún tiempo, pero en cuanto Juana se sintió segura, empezó a prepararse para abandonar la corte. Así pues, distribuyó sus propiedades personales y partió al convento de las bernardinas de Ordivellas a esperar el permiso de entrar en el convento dominicano de Aveiro. Finalmente, el 4 de agosto de 1472, ingresó en él, pero su familia no le permitió hacer los votos ni renunciar definitivamente a sus posesiones. Sin embargo, la princesa hizo todo lo posible por llevar la vida de una simple religiosa, reservando para sí las más humildes tareas. Consagró todas sus rentas a la caridad, especialmente al rescate de cautivos.
Sus parientes interrumpieron, en más de una ocasión, la paz del convento, pues no se resignaban a ver a la princesa rehusar cuantos matrimonios le proponían. Según se dice, entre los pretendientes de la princesa Juana se contaban el rey Maximiliano, y Ricardo III de Inglaterra. Además, los parientes de la princesa se preocuparon realmente por su salud y, durante una epidemia de fiebre, insistieron en que saliera de Aveiro, cuyo clima no había sido nunca muy saludable. La princesa murió a los treinta y ocho años, a resultas de una fiebre que había contraído bebiendo el agua, contaminada o envenenada, que le había dado una mujer de posición. Esa mujer, a quien la beata había desterrado de Aveiro a causa de su vida escandalosa, aprovechó un viaje que la princesa hizo a la corte para perpetrar el asesinato. El culto de la beata fue aprobado en 1693.
La relación más auténtica de la vida de la beata Juana es la que escribió Margarita Pinheira, dama de su séquito. El original está en portugués. De Belloc publicó en francés una biografía de tipo popular, con algunos grabados (1897); M. C. de Ganay, Les Bienheureuses Dominicaines (1913), habla de la beata en las pp. 279-304. También hay una breve biografía en J. Procter, Lives of Dominican Saints, pp. 122-126.
El cuadro es un anónimo portugués de 1475, en el convento de Aveiro donde vivió la beata.