La beata Isabel Picenardi nació en Mantua entre el 1428 y el 1430, del noble cremonense Leonardo y de la mantuana Paola Nuvoloni. El padre estaba al servicio del Marqués de Mantua, Gonzaga, y aspiraba para su hija un matrimonio con algún noble de la ciudad; pero ella, en cambio, había decidido permanecer virgen como María, a quien rendía una intensa devoción. La decisión venía ciertamente influenciada por su frecuentación de los hermanos Siervos de María, del vecino convento de San Bernabé, que en 1448 habían pasado a la reciente Congregación de la Observancia.
Vistió el hábito de los «Mantelados» (como se los llamaba) a los 20 años, los cuales permanecían en sus propias casas, pero manteniendo entre ellos el vínculo de religiosos. Su vida consagrada fue breve e intensa, aunque no presentó exterioridades de relieve.
Llegó a quedar pronto huérfana de madre, y después de la muerte de su padre, ocurrida en 1465, dejó la casa paterna, retirándose a una casa de su hermana Orsina, casada con Bartolomé Gorni, en una celda a ella reservada. Vivía en el barrio de «El Cisne», no lejos de la iglesia de San Bernabé de los Siervos de María, a la cual asistía cada día a recibir la Eucaristía, cosa rarísima para el uso de la época; se confesaba con el padre Bernabé de Mantua y recitaba el Oficio Divino con los religiosos. Por su gran devoción a la Virgen, muchos se dirigían a Isabel para obtener la intercesión de la Madre de Dios.
Un año antes de la muerte, de la cual presagió el momento, hizo testamento dejando el propio breviario y trescientos ducados a los Siervos. Murió el 19 de febrero de 1468; al preparar el cuerpo se vio que llevaba cilicio y una rugosa faja penitencial. Fue sepultada en la tumba de la familia en San Bernabé, y tuvo enseguida fama de santidad y de obrar milagros, entre ellos la salvación de una niña caída en el lago y que había permanecido media hora bajo el agua. Hay un fresco datado en 1475 que la presenta vestida con el hábito de los Siervos. Su cuerpo, debido a las supresiones francesas de 1799, fue trasladado a la iglesia del noble oratorio del castillo de Tor di Pecenardi, en la región de Cremona, y luego fue depositado en la iglesia parroquial del lugar. El Papa Pío VII, el 20 de noviembre de 1804, aprobó el culto, extendido a la Orden de los Siervos y a las diócesis de Mantua y Cremona.
Traducido para ETF de un artículo de Antonio Borrelli.