Es curioso que dos beatas del mismo nombre y que vivieron en siglos diferentes hayan muerto el mismo día del año; sin embargo, sus respectivos biógrafos afirman formalmente que las dos murieron el 13 de abril. Debemos reconocer que la biografía de la Beata Ida de Lovaina es un tanto sospechosa, en parte porque no existe ninguna confirmación externa de los hechos ahí narrados y también porque abundan en ella los portentos más asombrosos. La beata había nacido en el seno de una familia acomodada de Lovaina, y se cuenta que Dios le concedió, desde la infancia, gracias muy especiales. Aunque tuvo que sufrir mucho por parte de su padre y hermanas, quienes encontraban exagerados su ascetismo, sus prácticas de devoción y su ilimitada caridad, Ida no cedió un ápice, convencida de que Dios la guiaba por ese camino. Una de sus prácticas de devoción consistía en hacer repetidas genuflexiones y postraciones ante una imagen de la Virgen, recitando una Avemaría a cada genuflexión; algunas veces hacía esto hasta 1000 veces al día.
Su increíble devoción a la Pasión de Cristo le mereció la gracia de llevar los estigmas del Señor en las manos, en los pies y en el costado; parece que también las heridas de las espinas se veían sobre su frente. Ida se esforzaba por ocultar los estigmas, sin conseguirlo del todo; así pues, pidió a Dios que los hiciese desaparecer, pero sin suprimirle el dolor que le causaban. Su devoción a la Sagrada Eucaristía no era menos extraordinaria. Su biógrafo cuenta que más de una vez recibió la comunión de un modo milagroso. Digamos de paso que la costumbre de comulgar bajo las dos especies, subsistía aún, después de 1250, en Lovaina y Malinas. Se dice que en una ocasión la beata, cediendo a su deseo de estar cerca del Señor, tomó la píxide en que se hallaba el Santísimo Sacramento sobre el altar, pero que no consiguió abrirla.
Desgraciadamente, en la biografía de la beata Ida no hay fechas, de suerte que ignoramos a qué edad entró en el convento cisterciense de Roosendael, cerca de Malinas, ni a qué edad murió; ni siquiera podemos estar seguros de que el año 1300, en que se sitúa su muerte, no sea un error del copista. Ida se distinguió en la vida religiosa por sus éxtasis y milagros. Se cuenta que su rostro se iluminaba a veces con una luz celestial, que leía en los corazones y que despedía un fragante perfume. Lo que sí parece cierto es que su tumba se convirtió en sitio de peregrinación, pero las reliquias de la beata se perdieron en 1580.
La biografía de la beata que se halla en Acta Sanctorum, abril, vol. II, pasa por ser una compilación de los recuerdos de Hugo, el confesor de Ida. Es un documento interesante desde el punto de vista de la teología mística, y el tono corresponde ciertamente al de otros documentos del mismo tipo del siglo XIII. Ver el artículo de C. Kolb en Cistercienser Chronik, vol. V (1893), pp. 129-140.