En 1818, cunado Nhá Chica tenía apenas 10 años de edad, murió la madre, dejando a los dos hermanos al cuidado de Dios y de la Virgen María, que poco a poco fue conquistando el corazón de Nhá Chica. Ella la llamaba cariñosamente "Minha Sinhá" (es decir, Mi Señora), y no hacía nada sin primero consultarla.
Nhá Chica supo administrar muy bien y hacer prosperar la herencia espiritual que recibiera de su madre. Nunca se casó, rechazó con libertad todas las propuestas de casamiento que le hicieran. Fue toda del Señor. Se prodigaba con todos, pobre o ricos, y con los más necesitados. Atendía a todos los que la buscaban, sin discriminar a nadie, y para todos tenía una palabra de consuelo, un consejo o una promesa de oración. Aun muy joven, era solicitada para dar consejos, hacer oración o hacer sugerencias a los que se dedicaban al comercio. Muchos no tomaban decisiones sin consultarla primero, y por muchas personas ella era considerada una "santa", pero a quienes querían saber quién era ella, les respondía con tranquilidad: "... es porque rezo con fe".
Su fama de santidad se fue esparciendo de tal modo que las personas de muy lejos comenzaron a visitar Baependi para conocerla, conversar con ella, hablarle de sus dolores y necesidades, y sobre todo para pedirle oraciones. A todos atendía con la misma paciencia y dedicación; pero los días viernes no atendía a nadie: era el día en que lavaba su propia ropa y se dedicaba con más fuerza a la oración y la penitencia, en recuerdo de la Pasión y Muerte de nuestro Señor. A las tres de la tarde intensificaba sus oraciones, y mantenía una particular veneración a la Virgen de la Concepción, con la que trataba familiarmente, como con una amiga.
Nhá Chica era analfabeta, pero lo único que deseaba de la lectura era poder leer las Sagradas Escrituras, sin embargo, cuando se la leían, era feliz. Compuso una Novena a Nuestra Señora de la Concepción, y en su honor construyó, al lado de su casa, un pequeño oratorio donde veneraba la imagen recibida de su madre, y ante la cual rezaba piadosamente por todos aquellos que se le encomendaban. Esa imagen se conserva hasta hoy en la casita donde vivió, sobre el altar de la antigua capilla.
Nhá Chica murió el 14 de junio de 1895, con 87 años de edad, pero fue sepultada recién el día 18, en el interior de la capilla que ella había construido. Las personas que estaban allí sintieron exalarse del cuerpo un misterioso perfume de rosas durante los cuatro días que duró el funeral. Ese perfume fue de nuevo sentido el 18 de junio de 1998, 103 años después. por las autoridades eclesiásticas y los miembros del tribunal eclesiástico para la causa de beatificación, y también por los trabajadores en ocasión de la exhumación del cuerpo. Los retos mortales se encuentran actualmente en el santuario, donde pueden ser venerados por los fieles.
En 1954 la iglesita de Nhá Chica fue confiada a las Hermanas Franciscanas del Señor. Desde entonces comenzó junto a la iglesia una obra de asistencia social para niños necesitados que viene siendo mantenida por los devotos de Nhá Chica.
La "Iglesita de Nhá Chica", después de haber pasado por reformas, llego a ser lo que es hoy, el Santuario de Nuestra Señora de la Concepción, que acoge peregrinos de todo Brasil y de diversas partes del mundo. MUchos fieles que visitan el lugar piden gracias y oran con fe. Algunos vuelven a agradecer y registran las gracias recibidas. Actualmente (año 2013) en el "Registro de gracias del Santuario", pueden leerse aproximadamente 20 mil gracias alcanzadas por intercesión de Nhá Chica.
Según consta en el acta de beatificación, el milagro que dio fin al proceso canónico fue la perfecta y constante sanación de D. Ana Lucía Meirelles Leite de una cardiopatia congenita.
Este artículo es traducción con escasos cambios, del que se encuentra en el web dedicado a la beata. Para el milagro ver AAS 105(2013), pág. 482ss.